Ella le pone las manos en los hombros, se aprieta contra su pecho, le come a besos el cuello.
Él le pone las manos en las piernas. Recorre su piel siguiendo una idea. Y se entrega. A su boca, a su sed, a su piel. A su manera.
Ella lo tiene rodeado. Sus piernas le estrechan la cintura. Las ganas le prenden fuego a las dudas. Se hace cenizas en sus manos.
Él se entrega entregándose. Invadiendo. Suavemente. Siendo parte. Mordiendo el calor de su paz desnuda. Bebiendo la sal. Profunda.
Ella se aferra con fuerza a sus manos. Rasguña su espalda. Lo deja entrar y lo tiene atrapado. Placer y dolor en un abrazo apretado.
Él acepta sus uñas y su entrega que es la prisión que más desea. La deja jugar, guiándola apenas. Esperando el momento. Saboreando la marea.
Ella lo siente con toda la piel, con toda el alma. Mece las caderas y se derrama. Se vuelve humedad y su piel estalla.
Él navega su río sabiéndose perdido. Esperando el naufragio. Deseando que suceda. Buscando en la suave humedad. En el abismo de sus piernas.
Ella lo deja perderse en sus entrañas. Siente su aliento jadeante en la cara. Gime y suspira su nombre. Lo abraza y lo abrasa.
Él se deja abrazar entregando su alma. Él se deja abrasar compartiendo sus alas. Y la abrasa. En cada abrazo. En cada intento. Con ganas.
Ella se extravía en el éxtasis y siente y oye y ve y habla y sabe con la piel. Es suya y la idea la embriaga. Entre ella y él hay todo y queda nada.
Él se desborda inundando su calma. La sabe suya. Se sabe suyo. Mientras son uno bajo las sábanas.
Nadia Orozco y Rubén Ochoa
Él le pone las manos en las piernas. Recorre su piel siguiendo una idea. Y se entrega. A su boca, a su sed, a su piel. A su manera.
Ella lo tiene rodeado. Sus piernas le estrechan la cintura. Las ganas le prenden fuego a las dudas. Se hace cenizas en sus manos.
Él se entrega entregándose. Invadiendo. Suavemente. Siendo parte. Mordiendo el calor de su paz desnuda. Bebiendo la sal. Profunda.
Ella se aferra con fuerza a sus manos. Rasguña su espalda. Lo deja entrar y lo tiene atrapado. Placer y dolor en un abrazo apretado.
Él acepta sus uñas y su entrega que es la prisión que más desea. La deja jugar, guiándola apenas. Esperando el momento. Saboreando la marea.
Ella lo siente con toda la piel, con toda el alma. Mece las caderas y se derrama. Se vuelve humedad y su piel estalla.
Él navega su río sabiéndose perdido. Esperando el naufragio. Deseando que suceda. Buscando en la suave humedad. En el abismo de sus piernas.
Ella lo deja perderse en sus entrañas. Siente su aliento jadeante en la cara. Gime y suspira su nombre. Lo abraza y lo abrasa.
Él se deja abrazar entregando su alma. Él se deja abrasar compartiendo sus alas. Y la abrasa. En cada abrazo. En cada intento. Con ganas.
Ella se extravía en el éxtasis y siente y oye y ve y habla y sabe con la piel. Es suya y la idea la embriaga. Entre ella y él hay todo y queda nada.
Él se desborda inundando su calma. La sabe suya. Se sabe suyo. Mientras son uno bajo las sábanas.
Nadia Orozco y Rubén Ochoa