La ansiedad va en franco ascenso, opinión muy personal que abarca las ansias de tenerla donde siempre he querido, en la protección confortante que representan mis brazos, una gran satisfacción me es el hecho de evocar tal pensamiento; el simple contacto breve de su piel con la mía, una idea que, aunado a la ayuda de una imaginación desarrollada, compleja, minuciosa, sincera, meticulosa, cabal e inagotable, vaya, es la capacidad que puedo ir perfeccionando progresivamente con el paso de los años. Hace que una mirada, un beso, un abrazo, le dé a transmitir el porqué de la infinidad del deseo y la simpatía que giran en torno a su constitución física e intangible. La sustantividad pretende darme tregua, los sueños denotan una carga positiva y dominante, es el medio de traducción, el puente surrealista y pletórico que interactúa con la materia fantástica de mi mente; lo increíble de todo es que no hay instante existente en que mis sentidos no delaten y detallen cada una de sus inciertas pero inocentes intenciones. Irresistible, tierna, dulce como el melocotón, pensándolo bien, no tiene comparación aparente; razonable delicadeza que me hizo suspirar desde la primera ocasión, floreciendo mi espíritu escritor, lírico, tonto y carismático, en un medio tan complejo como los sitios de imprenta digital en los que se necesita de un grado mínimo de sapiencia como requerimiento para mantenerse perseverante sin importar las circunstancias adversas, o por el contrario, favorables. No obstante; obtendré el fruto de ejecutar el esfuerzo que desde hace algún tiempo he aspirado, transcribir el sueño espléndido de una noche-madrugada, no manejo fechas precisas cuando menciono esta clase de asuntos, como a finales de septiembre o principios de octubre. En el cuál éramos adultos, al menos de edad, siempre nos comportábamos como ingenuos adolescentes. Rememoro el período de tiempo porque lo intuí al instante, señalo justamente la parte estacionaria del año que me vió nacer, menudas coincidencias elocuentes conspiradas por un universo perfecto, la armonía que predomina en él; orígenes mágicos y misteriosos que sitúan y asientan proposiciones particulares.
Dado que el número exacto de recreaciones surgidas han sido contables, me enfrasco en el más revelador, premonición que únicamente en mis manos está la opción de que éste acontezca, fluya libre el andar de la acción, similar a un río en plena primavera y con corrientes inalterables y cristalinas. Es valioso; por un lado, porque me va fortaleciendo de a poco, un progreso meritorio, que me ha servido para descubrir cualidades que hasta hace pocos meses desconocía, una visión cursi del tema tocado sería que ella me ha sensibilizado, si antes era franco, intuitivo y capaz, ahora lo soy aún más, supongo que la edad ha ido ayudándome de manera vertiginosa, las muestras de ello son incuestionables; y por otro, aunque no muy bueno, me he convertido en alguien débil, en el sentido de que no puedo apartarme de ella, como una ternura que nos mantiene íntimamente unidos, excluyendo los kilómetros que nos separan, obviándolos. El vigor que sugestiona el sol, vertiéndose lentamente sobre la tierra fértil del intelecto, un coloquio fijo es el de 'prendérsele el foco', cosa que no es nada difícil habiendo tanto calor en la ciudad, la fricción que desempeña en el cerebro es fruto de la rápida reproducción de métodos de reproducción verbal, o más bien, de continuo mejoramiento del sistema comunicativo, bueno, apartando el chiste; me adentro..
La complexión suscita en un cálido transcurrir nocturno marabino, se evidenciaba la afición por la lectura más que nunca, un frenesí inquebrantable que fortalecía en su momento cada rincón de mi ser, el evento se realzaba en las mañanas, evocaba la última ente línea para mi libre interpretación, la habilidad natural y atractiva que colmaba mis sentidos, ligado exclusivamente al esbozo entre ceja y ceja; una mirada estúpida me nace cada que la miro fijamente, ella no se queda atrás, platicamos de las mil y un cosas. Apaciblemente guardo en un cofre pequeños trozos de papel de un material extraño, los cuáles tenían mensajes subliminales y posteriores deseos tras una larga noche estrellada. Observaba de forma minuciosa el cuadro de enfrente de mí, lo recuerdo a la perfección, entendiéndose como una representación gráfica de un artista desconocido, el estilo era refinado. La ilustración se trataba de la inmensidad preciosa y gélida del ártico, sumado a una aurora muy llamativa, restos de estrellas por doquier, claro, se esforzó en ir mejorando cada trazo, allá él y su respetado trabajo, éste ocupaba buena de parte de la pared, el cuál tenía un mensaje de mi tío materno en la esquina inferior, alguna frase célebre de él que mi mente no da para especificarla, grabado por su puño y letra, plasmando a su vez la fecha en que dedicó el obsequio, un año inolvidable. La remembranza marcaba una huella imborrable en mí, puesto que la data coincidía con el año de su fallecimiento, una lágrima de felicidad brotaba de mis ojos, ella conseguía secármelos con sus dedos. Los días cálidos se abrían paso, unas pequeñas gotas humedecían las cortinas, a ambos nos encantaba sentir el aire fresco circular sobre la casa, particularmente en los ratos libres acontecidos en el dormitorio. Ella tendría que partir a una ciudad lejana por motivos laborales, su vocación por el trabajo me fascinaba cada vez más. El entusiasmo que al cabo de unas noches me comunicaría por medio de varias cartas, enviadas desde Europa por parte de ella, las leía detenidamente, nuestros quehaceres nos agotaban de manera paulatina. Pese a eso me encantaba la idea de que se forjara día a día, ser la prueba verídica de autosuficiencia; me hacía falta ella, no podía disfrutar de un caminar como se debía sin la otra parte de mi ser, mi mitad del cielo y a la vez mi vida entera. Transcurrirían meses, eternos meses, pero mejores vísperas llegaban, regresaría a casa en una inesperada mañana de domingo. No era de extrañar en ella, complaciéndome con un buen libro, un amuleto, y una taza de café preparada por ella misma. Mi cansancio era tal que no me permitió sentir el sonido de la puerta y el dulce olor. Sin embargo, aún tendido en la cama, no conforme a eso; se posó sobre mí, me aprisionó en sus brazos para luego darme uno de esos besos tímidos, divinos, lentos, hasta en lo más recóndito del alma fue a dar, qué atrayente resultó el anhelado momento.
La timidez y el atrevimiento que destilaba en todo gesto surgido desde el segundo en que me vislumbraba lentamente; es cuando me pasaba por la cabeza lo siguiente: «¿acaso es posible que dos cualidades opuestas coexistan de manera sana y tentadora en una persona? ¡Qué maravilla se le ha ocurrido al cosmos por tamaña creación! Está bien, específicamente a un señor llamado John. No sospechaba que la mujer de mi vida estaba por llegar, ¿pero qué? A mis dieciocho años, ya era edad idónea para fijar los patrones de una vida por proyectar al lado del ser que me ha complementado y escuchado en mis peores momentos, o etapas más reflexivas de mis días, así digamos». Desde esa propia habitación me he concedido sobrevolar mis propios límites, la frontera en que las letras forman similitudes con los planetas imaginarios en los que no hace presencia ninguna fuerza negativa. Qué ilusorio y surreal, pero extraordinario al fin y al cabo, el carácter sublime que se ajusta a mi necesidad vespertina de reposar la agudeza mental que trabaja a inicios de la jornada, citada residencia tranquila y espaciosa en la que compartíamos y tratábamos de entender y deducir cada mirada. Acompañada por un trozo de pan con una dosis de chocolate recio y caliente. La tarde se desvanecía entre los árboles que apenas sentían la ligereza del germinar de sus hojas. El aire fresco y puro que se despedía por las adyacencias era lo único comparable al de su respiración y su hermosa e indescriptible compañía; me ponía a pensar y afirmaba con una tenaz potestad de que el futuro era sinónimo de su nombre, también del primer hijo que vendría en camino. Para ella sonaba apresurado, me apoyaba el hecho de tener una estabilidad económica de consideración; como producto de todo individuo afianzado en la vida y en las responsabilidades que conlleva. El ambiente exterior se prestaba para el compartir en la plaza, es de destacar que la tranquilidad percibida en los alrededores era maravillosa. El trino de las aves que revoloteaban en plena paz y serenidad. Cerraba el epílogo con la gallardía; caía la noche, implicaría el comienzo del descanso, tomaba en mi mano el broche de su dije, ya que le incomodaba por el largo viaje.
Posterior a la descrita acción fantástica es que surgen los destellos del día, pero esta vez en la realidad. Seis y treinta de la mañana, tal vez fuera más tarde; la sonrisa en mi rostro era de admirar al verme en el espejo, costumbre que hago diariamente por si uno que otro pequeño grano. No recuerdo vez anterior en que haya recreado un sueño de esa magnitud. Hasta que descubrí que siempre estuvo en mí la convicción de proyectar un sinfín de ellos.. Éste texto es el simple cuerpo; el alma la posee ella, habitando en cada uno de sus agraciados gestos, sus cabellos, sus labios, sus ojos. El estado de inspiración tuvo que elevarse a la potencia de mi virtud a medio tiempo, la constelación delineándose en nuestras manos unidas, quebrantando todo lo malo, trasmitiendo aquello que nos hace ser mejores cada día, ella me lo ha enseñado. Planteando fundamentos de índole mutuo, qué gratificante se me hace la conclusión. Es sorprendente, que me haga ver al mundo desde una perspectiva magnífica, siempre con la voluntad de perseguir y luchar por las metas ideadas, los propósitos de todo tipo. Tengo que descifrarme; las líneas que frecuentan los vientos para conformar el equilibrio de esto que llevo dentro, la llama que me hace sentir vivo, consigo dirigir los pensamientos que afronto con notable valentía en toda fase matutina. Su jovialidad fragante; sus manos, actuando de alas que difuminan distancias, las mismas que me sostendrían, equivaldrían a la suma sensata de la determinación que me instiga.
Para usted; «señorita de mi vida».
Francisco Javier Paz