Escribía mi nombre sobre la arena a la orilla de la playa cuando él murió. Hacía mucho que todas las mañanas miraba el vaivén de las olas, esperando que otro mensaje en otra botella me confirmara que aún estaba ahí, esperándome pero también con ganas de que me quedara lejos. Confieso que su muerte no me tomó por sorpresa, porque hacía ya mucho que no tenía noticias suyas. Esa mañana, cuando la marea comenzó a borrar las letras de mi nombre, él ya había muerto, pero no lo supe sino hasta mucho tiempo después, cuando ya estaba cansada de leer y releer aquellos mensajes que otrora me llenaron de alegría y esperanza. Como dije, su muerte no me tomó por sorpresa: lo que me sorprendió fue lo poco preparada que estaba para decirle adiós, pese a todo el tiempo que había pasado sin leer una sola, y nueva, palabra suya.
martes, 31 de diciembre de 2013
Sorpresas
Nadia L. Orozco de Ochoa
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