martes, 7 de febrero de 2012

Sonata



Sé de un árbol que se deshojaba de silencios
y de las madrugadas
sosteniendo un idilio de recuerdos.

También del viento que aúlla tocando la ventana,
sé de las mañanas
cuando el sol despierta a los pájaros y también a los demonios que 
transitan en la calle. 
Y de una bestia, que ríe, gime tan índigo como el cielo
tan azul como mis ganas. 

Sé de la piedra que pretende cruzar el espejo
sé de miradas que juegan a ser abismos,
y de voces calladas; que se escuchan pero nadie entiende. 

Y de la sombra que me acompaña besando el horizonte, 
sé de miradas que aún no conozco.
Y de un canto de agua que me regala la lluvia
 que adorna cualquier cielo de febrero.

Sé de las nubes que se diluyen cayendo la tarde.
Sé de la mano que toca la mejilla de la luna, 
y de su luz; una luz tan mortecina
como etérea.

Sé de un sonido que ladra en mi cabeza;
y de las notas que bailan solas frente a mis ojos
con la respiración entrecortada y que suben desnudándose,
frotándose entre ellas
y de un sabor que moja la piel.

Sé de ojos que deslumbran afilados
y de lenguas lamiendo estas palabras 
de salivas 
goteando tu nombre. 

Sé de un deseo que recorre el cuerpo como perro rabioso; 
y de un vaivén
que adorna cada ola del sendero.

Sé de un quizás; quizás tocando detrás de mi puerta. 


Alma E. Palma


Deseos furiosos


Tiene la mirada perdida en el horizonte de su espalda con los labios bordeando sus deseos bebe de ella, enredaba sus dedos entre las sábanas, únicos testigos de sus batallas ganadas.

Besándose, probándose la piel, húmeda sudorosa, viva... los murmullos se filtraban por las ventanas, apenas iluminados por mustias bocanadas de luz,
se miraban con descaro, sonrisas cómplices de miradas estrechas y promesas por cumplir.
Sus besos se estrellaban en la piel, derritiéndose sobre su cuello resbalando sobre sus senos, mordisqueando sus capullos de orquídeas, con los ojos entrecerrados bostezaban instantes que llovían deshilachados en frágiles movimientos desnudos de pudores.
Se palpaban provocando a la imaginación, tenían la noche desmayada sobre su piel que los envolvía de manera fulminante, atrapándolos en aquella madrugada lluviosa...
húmeda.
Ella lo invitaba a entrar en su cuerpo con la mirada caprichosa... divertida, con los labios desnudos de caricias, sonreía.
Se besaban, se bebían sus ansias como gotas de ríos recorriendo sus entrañas...
se agitaban encendidas  mordiéndose la piel hambrientas, latigazos de serpientes furiosas.

Esas lenguas tenían vida.

Afuera las estrellas duermen dibujando siluetas de sueños sigilosos,
con la carne palpitando en sonidos, estallan en respiraciones y gemidos, sacudidos en trazos vibrantes, encendidos hasta los huesos con manantiales de lava ardiente, viviendo sobre sus deseos.

Desgarrando los pétalos de fruta madura, recorriendo a su gusto los sabores de su piel, deseándose, dibujan nuevos horizontes con las alas extendidas.

Cubriéndose de agua turbia y anhelos ella erguida lo mira y sonríe, la luz del alba ilumina su silueta, con la promesa de nuevas historias por vivir. 

Alma E. Palma


Putas o princesas



Texto: "Putas o princesas", de Pablo Méndez.
Música: Jean Sibelius "Dos Piezas para Cello y Orquesta", Op. 77
Voz y producción: Nadia L. Orozco

Vientre de febrero

Ojos bien cerrados, mundo bien abierto,
cejas que son ruta de sueños desviados; perfectas dibujadas desde adentro.
Párpados sutiles;
persianas de tus adentros.

Y tu nariz; rampa de pensamientos que salen desde tu frente,
y bajan veloces y brincan al aire a morir con el disparo de una mirada.

Labios con besos palpitando como corazones,
creciendo como flores cantantes.
Esos labios que se curvan para sonreír,
abriendo la puerta para dejarme entrar.

Quiero tu rostro de piel silente, diáfana, amable.
Y tus ojos juegan semicerrados
para filtrar el torrente de amor
que sale en multitudes.

El sonido de tu iris volando hacia mí,
diciendo te amo con la boca cerrada.

Recorrer tu rostro con un beso que se caiga
y se riegue como pintura,
que penetre tu piel y te tatúe mis ganas.

Mujer y Diosa,
para ti tengo voz de papel eterno
y música infinita.

Para tí, tengo mi pincel de piel
que pinta futuro en tu lienzo.

Para ti, mujer de valles inmensos,
para ti tengo un poco de vida
en un vaso de mañanas,
tengo noches de cielos intensos y privados y nuestros.

Tengo puentes de certeza entre tu mirada y la mía,
con amor de sangre viva bañándonos el acto.

Recorrer tu rostro con mis ojos cerrados
y mirando desde adentro,
y entrar por tu boca
y quedarme
a vivir.

Febrero es un árbol del que nacimos hace días.


Escrito para mi amor Alma

Espuma en mis manos




Debatirme entre lo real y el nosotros
pellizcar el despertar hasta que duela.
Dejar huellas como señal,
para salir del laberinto del sueño,
para saber por dónde ir cuando vuelva.

Correr hacia ti por instinto,
hacia ese jardín de verdor luminoso,
donde las sombras son frescas,
donde me esperas en silencio.

Atravesar la ola,
hacia el roce infantil de tus labios,
caracolas aullantes que me guían
hasta este precipicio de arena.

Espuma en mis manos.
Sal de mi corazón.




El último tango en París

El 26 de enero de 1976 parecía anunciar la muerte del ser humano: Bernardo Bertolucci fue condenado a ser subciudadano por la Corte Suprema Italiana, mientras que su obra, El último tango en París (Last Tango in Paris), fue sentenciada al olvido, a la destrucción, al exilio intelectual y sobre todo al ostracismo artístico, justificado todo ello en las reacciones adversas que ésta despertara en una audiencia que entonces, tanto como hoy, no soporta las verdades dichas a la cara.

Y pese a la moralina en turno, el ser humano sobrevivió. Sobrevivió en esta obra imprescindible de la cinematografía mundial que, de la mano de un jazz cadencioso como los latidos del corazón, aparejada a la obra pictórica de Francis Bacon, es evocadora de todo lo que somos, pero sobre todas las cosas, de lo que pretendemos ser.

Es la realización de una bonita fantasía. Nuestro mundo se construye a partir de las palabras, de lo que decimos que somos, de lo que decimos que hacemos, de lo que decimos que nos importa. Pero, ¿qué nos queda cuando las palabras han dejado de tener sentido, cuando el lenguaje no dice todo lo que habría que decir, cuando hablar de uno ha dejado de ser central? Sólo quedamos nosotros, desnudos.

La imagen que surge es entonces la de Paul (Marlon Brando) y Jeanne (Maria Schneider), desnudos, abrazados sobre un colchón en mitad de un departamento vacío pero lleno de luz, jugando a hablarse a gruñidos. Es una desnudez total: no sólo el cuerpo está expuesto al escrutinio de otra piel, sino el propio ser se ha quedado descubierto, ya no hay palabras contundentes que lo vistan, no hay frases rimbombantes que lo arropen, no hay nada de por medio. Sólo así, el ser ha vuelto a ser.

Y la evidencia de esta rarísima bendición camina junto a los personajes por las calles de Paris. Jeanne sufre la obsesión de su novio Tom (Jean-Pierre Léaud) por hacerla el centro de un proyecto fílmico documental. Es forzada a poner en palabras todo lo que la atraviesa, todo lo que la viste, todo lo que la hace Jeanne. "¡Estoy cansada de que violes mi mente!", grita ella. Y sólo en la mutua soledad del departamento de Paul puede encontrar sosiego al constante examen de Tom.

Paul, en cambio, sufre en las murallas del hotelito que administró por cinco años junto a su esposa suicida. Murallas levantadas a fuerza de mentiras, a fuerza de vivir más como decimos y menos como somos. Y el sufrimiento vive, además, en el reclamo a un matrimonio con alguien que él nunca pudo entender. "Para safarte sólo requeriste una navaja de 10 centavos y una tina de agua", le grita él a un cadáver al que, como en vida, sus palabras no acaban de hacer sentido.

Dentro de su mundo compartido, Paul y Jeanne son: son el uno para la otra, son amigos, son amantes, son cómplices, son felices. Afuera, sólo está la sordidez, la existencia unida a los calificativos que adornan pero restan significado al ser. Afuera sólo los espera la muerte, o la existencia misma en el mundo, que no es otra cosa que la muerte del ser en aras del ánimo entusiasta de decir "yo soy...", seguido de cualquier predicado.

Es la realización de una bonita fantasía.Soltar el cuerpo en los brazos del otro, como en el tango. Dejarse llevar por los ritmos arrebatados, las pausas abruptas, los movimientos sugerentes. Permitir a los pies moverse libremente en un compás de tres cuartos, sublimando un deseo sexual que es compartido y, a fin de cuentas, es lo que le da sentido a nuestro ser. Sin nombres, sin edades, sin pasado. Estos, con frecuencia, acaban sobrando.

Una de las mejores cintas; una de las mejores realizaciones del ser humano.

Nadia L. Orozco

Él

Él, la persona mas humilde, sencillo.
Huérfano desde los seis años, viviendo donde se podía, huyendo de los parientes que solo le querían para realizar las tareas domesticas.
Sin estudios, apenas si aprendió a leer, por no permanecer, por huir y sobrevivir.
Él, la persona que aprendió a salir adelante solo, a luchar ante todo. Que vivió años de cárcel, por proteger a un sobrino. Formó una familia, le dio todo lo que el no tuvo: un hogar, amor y a todos la oportunidad de un mejor futuro, una carrera.
Él, no deja de sonreír, es un roble con mil historias, él es más que una historia, es el camino, el mundo.
Él se ha cansado de esta batalla.
Él que ha sido solo sonrisas y vida, hoy se cansa de ella, le parece tan larga, y a mi me deja con un nudo en la garganta. Le doy mi fuerza, le doy mi sonrisa para que reviva la suya y siga su vida

Espejo

La realidad del espejo es que te mira mirarte.

Me miro mirándome mirarme en un reflejo y, quizás, en el espejo.

Lo que miras mirar mirarte es más real que la carne.

Lo que miro al mirar mirándome es tan intangible como el reflejo. La carne, por otro lado, es tan tangible como efímero es el intento.

¿Será real el reflejo o sólo cuando lo miro mirar mirarme; será que espera que me asome, para yo existir mirándome?

¿Será el espejo las cenizas del intento; será el reflejo lo que queda cuando las cenizas se entregan al viento?

Es el intento la ceniza del reflejo, la sonrisa fugaz y la mirada del espejo.

Es el otro lado del otro lado, del que no conocemos más que la mirada que dice conocernos y el silencio. El que ahoga los reflejos.

Es el otro lado el que es intento de ser real y me imagina mirarme mirarlo mirándolo.

Nos enredamos pensando y pesando, lo real y lo imaginario. El reflejo del reflejo que nos fue dado. Fracasando siempre al intentarlo.

A fin de cuentas da lo mismo: el reflejo que imagina imaginar lo real o lo real que mira mirando son lo mismo.

A fin de cuentas no es lo mismo los dos puntos y la coma, la carne y el reflejo. La luz y la sombra que, poco a poco, se van diluyendo.

Ella es rosa y famosa

La Casa Rosada, Buenos Aires, Argentina, 2012.

Nadia L. Orozco

El verdadero amor

Admiraba el amanecer lluvioso cobijado por el techo de una pasión perdida, pensando en lo triste que era la vida, deseando realmente encontrar algo por lo cual vivir, cuando de pronto dejó de llover y un rayo de sol salió. Me envolvió cálidamente entre su luz y me hizo sentir seguro y feliz. Pero sentí pánico. ¿Cuántos amaneceres no había pasado en la lluvia? ¿Cuántos años no había pasado con frío y angustia? ¿Por qué ahora sentía el sol rodeándome con su paz infinita?
Temí rendirme a su llamado luminoso. ¿Qué tal si de pronto ese rayito de sol se apagaba? Tendría que regresar a la fría y húmeda monotonía de aquella pasión lejana, tan lejana que es absurda y tan absurda que resulta segura y casi cálida. Retrocedí, temeroso, un paso, y las sombras que siempre me rodeaban, me llamaban, me extendían los brazos amorosos como amantes deseosas, me llamaban con voces maternales y me necesitaban como a nada en el mundo. En cambio, aquel rayito de sol, tan tibio, tan frágil, tan pequeño, no esperaba que lo abrazara, pero tenía la esperanza de que yo volviera.
De pronto lo entendí. Tenía la oportunidad de estar en calma, de tener paz, de ser inmensamente feliz, aunque sólo fuera un sueño. Si lo era, qué más me daba. Jamás lo sabría si no me lanzaba con el corazón cegado y los brazos abiertos. Di la cara a las sombras y les sonreí. Les agradecía el tiempo que pasé con ellas. Entonces di un paso, un paso pequeñito, pero firme y decidido, y me entregué al rayito de sol, y él se ha encargado de convertir los nubarrones de mi cielo en un jardín de flores y mi vida en un árbol fuerte, grande y frondoso, que extiende sus ramas al cielo y agradece cada anochecer, porque sabe que al día siguiente, el primer rayo de sol será para él.

Nadia L. Orozco

Somos todo

Enredas todo
mirando fijamente. 
Creo que te beso. 

Enrojecidos 
desnudamos la noche, 
aquella noche. 

Y somos humo. 
Es tu piel mi marea. 
Y somos todo. 

Julio Muñoz 

Así nos recuerdo



Te recuerdo y tiemblo, porque de ti recuerdo la piel, los gemidos y el silencio. 
Recuerdo como tu cuello se estremecía cuando notaba mi cuerpo llegar, la respiración de tu tórax entre mis brazos, recuerdo tus ojos cerrarse y tu sonrisa brotar. 

Te recuerdo lejos, dentro. Siento.

Recuerdo tus manos caminar sobre mi espalda, recuerdo tus labios cabalgar sobre mi garganta. El vaivén, las ganas y el deseo. Lo recuerdo todo como si fuese este momento. 

Te recuerdo conmigo, nos recuerdo lejos. 

Recuerdo tu forma de desnudarme y mirar dentro de cada latido, tus piernas desnudas y tus manos de fuego. 

Te recuerdo lento, te recuerdo dentro. 

Tu piel frotándose con la mía, tu lengua enredándose con mi saliva. Recuerdo nuestras miradas arder convirtiéndonos en brasas que quieren más, llegar más lejos, donde no hay recuerdos. 

Te recuerdo ardiendo, te recuerdo. Siento. 

Tu mano acariciando mi erección, tu sentidos invadiendo mi dolor. Recuerdo morir en tu boca. Recuerdo vivir en tus sombras. 

Te recuerdo y tiemblo. Te recuerdo el tiempo. 

Recuerdo el calor, las noches y el viento, recuerdo tu cuerpo temblar con cada movimiento. Una vez dentro te siento contra mi espalda mientras tu boca me desgarra el alma. 

Te recuerdo dentro. Te recuerdo erecto. 


Julio Muñoz 


Nieve


Poco a poco, copo a copo. 

Julio Muñoz 

La luna, el callejón y la soledad




La fiesta ha sido realmente aburrida, no entiende cómo ha llegado a esa situación con sus amistades, nos los comprende, ya no los soporta y por eso a la hora de comenzar la fiesta les ha abandonado. No les encuentra interesantes, hace meses que son como un rebaño, no puede evitar imaginárselos así, cuando está reunida con ellos solo escucha un “bla, bla, bla” infinito, que si mi hijo, que si el colegio, que si el sillón… completamente anodinos, vulgares. Eso hace que se sienta más extraterrestre que nunca y no lo soporta. Tan solo tiene 27 años y está en esta vida para disfrutar, ya no encuentra con quien.

La calle está silenciosa, pero ella se siente poderosa, la gusta remarcar el sonido de sus tacones cuando anda por la calle a esas horas, se siente libre y se contonea, hace que la ciudad se contoneé con ella.  Se olvida de todo y solo mira las luces artificiales como la vida de sus amigos, sonríe y se suelta el pelo, no fue una buena idea hacerse un peinado tan complicado para tan aburrida fiesta. Se quita la chaqueta y con ella en la mano muestra al mundo el minúsculo vestido negro que hoy se puso para que sus amigas se muriesen de envidia, el último juego que la queda con ellas, ver sus caras y sentir sus cuchicheos a su espalda.

A lo lejos divisa la silueta de otra persona, no distingue si es hombre o mujer, ella sigue con su ritmo y marca más las caderas. Provocar, es su forma de respirar.

Empieza a distinguir la silueta que se acerca por la misma acera que ella, es un hombre y una idea la cruza la cabeza, como un rayo que quema sus entrañas, necesita que algo tiemble esta noche y si es su cuerpo mejor.

Cuando está a escasos dos metros de él, le mira a los ojos y se le abalanza a su cuello, él confuso en un principio, se deja arrastrar por ella al callejón que divide sus vidas. Allí ella pierde todo control y lo devora mientras él se deja hacer. Se siente poderosa, es dueña de su cuerpo y el de él, todo la pertenece y lo hace ver poseyendo a ambos, el callejón, la luna y su propia soledad.

No hay palabras, alguna que otra mirada que se cruza, miradas que al terminar son de satisfacción y poder, él, de vergüenza y arrepentimiento, ella.

Se coloca la chaqueta y se recompone, sin mirar atrás, sin mirarse a ella misma, alza la cabeza y hundida en su crecida soledad vuelve a dar vida a sus tacones, llenando el silencio de estruendosos “clac, clac” que taladran su cabeza. 

Julio Muñoz 

Tierra, agua o cielo.



Julio Muñoz 

Orgasmo




Julio Muñoz 

Está el que sueña

Está el que sueña,
quien vive de sueños,
el que los olvida,
quien te los despierta,
el que los repite,
y quien no te de los da.

El que los inventa,
quien no los entiende,
el que te los pinta,
quien los desdibuja,
el que te los roba,
y quien no soñará.

El que los pregunta,
quien los analiza,
el que los envidia,
quien los hace ciertos,
el que los escribe,
y quien los leerá.

A veces me considero dueña de los atardeceres, cuando puedo captarlos. Como este

Eva Beltrán

Hoy voy a mentirte, lo haré deliberadamente y con premeditación

…Hoy voy a mentirte, lo haré deliberadamente y con premeditación, mas te advierto que aún en las ocasiones que miento, añado un toque de sinceridad a lo que digo, que suena a verdad.  ¿Acaso en toda mentira no hay un poco de verdad y en toda verdad hay un poco de mentira?. Así que es probable termines creyendo que lo que te digo es verdad a pesar que he advertido que he de mentirte.


Hace mucho tiempo que no pienso en ti, me he olvidado poco a poco de tu risa y de tu pelo, de tu voz y de tu forma de jugar con mi nombre, entiendo que la distancia y el tiempo entre nosotros han logrado lo imposible,  apagar esa flama eterna que ardía en nuestros corazones, con su último crepitar se quemó el hilo que los mantenía unidos. Ya no siento tu esencia girando en rededor mío ni siento ese piquete en la bomba sanguínea al imaginarte en los brazos que han de cerrarse sobre tu cuerpo, cobijándote y amándote. Mis suspiros ya no nacen con tu nombre ni mueren en tu dulce recuerdo. Ya no pronuncio en mi mente tu diminutivo ni sonrío a solas al hacerlo. No espero diariamente saber de ti, ni hay señal alguna o coincidencia que haga brotar la esperanza de ver una tenue luz entrar por la ventana o que delate la presencia de un ángel de amor sobrevolando por las noches mi cama. Cuando veo el calendario pienso que fue en otra vida donde nos conocimos y será en otra vida quizás donde hallemos otra oportunidad para ser lo que en ésta ya no seremos.


¿Recuerdas que te he dicho que mentiría?, ahora dime si no has sentido al leerme un dejo de tristeza, de crédulas lágrimas en tus ojos ante la crueldad del olvido, un sutil dolor de la misma naturaleza abatida que son todos los días de aquel que no ve más el rostro de quien ama y que ha partido, de aquel que no tiene más a su alcance la esencia de su vida misma.


Renko
@ArkRenko
El Rincón tortuoso de mi consciencia

Seguir


Ver como pasan los días con sus pocas ganas de sonreír y sus lamentos transformados en rebeldía.

Ese fantasma sigue acá, está sentado justo delante de mi,
su cara se ilumina con la luz tenue de la lampara que cuelga del techo (si ese techo que prometimos arreglar),
su cabello aún esta arreglado y parece limpio,
sus ojos reflejan el cansancio que debe sentir después de pasar tantos días atormentándome.

Afuera .. un globo con forma de hipopótamo adorna algún desfile popular,
y seguimos aquí..
Me refugio en el sofá mientras observo el humo que sale de mi taza de café,
los libros siguen en el estante en su orden de siempre,
la pintura del lugar parece gastada y el frío de la tarde hace que sea inevitable suspirar.

Recuerdo y cito en mi mente un poema lejano de Benedetti :
(Amor de Tarde)
"Es una lástima que no estés conmigo
cuando miro el reloj y son las cuatro
y acabo la planilla y pienso diez minutos
y estiro las piernas como todas las tardes
y hago así con los hombros para aflojar la espalda
y me doblo los dedos y les saco mentiras...."

 Y si... seguimos acá,
lejos muy lejos de lo que se supone que es la realidad... Persiguiendo sueños que ya no nos corresponden.
Seguimos allá,
en la mente de alguien que cree en el silencio pero corre en dirección de los gritos desesperados.
Seguimos ... Tal vez porque la vida como muchas otras cosas absurdas, solo debe continuar.

Natalia Carrero
@MNataliaCarrero

Siento esa extraña sensación del olvido, de saber que había algo más ya planteado. Te miro recostada en el borde de la barda y de la tierra, en el principio de la barranca y sus catáceas. Ha comenzado a soplar el viento nocturno ya es notorio el atardecer a nuestro lado izquierdo, hacia donde tu cabeza apunta, el frío se nota en las aureolas de tu pecho, erectas y firmes. Sigues leyendo tu cuerpo con tus manos, cada borde de letra tatuada durante la noche, te lees tocando, te descubres la inmutable historia con las uñas de los dedos, las yemas, la lengua, la planta de los pies.

Te miro y tiemblo, no por frío sino por contención, por tener que detenerme ante el hambre de leerte y re-descubrir una nueva historia en los bordes, en donde no hay letras, en los vacíos que aún no han sido dibujados. Me contengo mientras te miro con letras cicatrizando en tu piel ya poniéndose rojiza, como si estuviese subrayada por las heridas que algún día sanaran.

Eres un libro de piel y carne, llevas una historia que durará toda tu vida más los recuerdos en donde también se grabe. Pienso en tu vida mientras me acerco, en lo escrito, en tu nombre, te leo entre líneas, tu piel fría, tus labios húmedos, tus ojos blancos por la ceguera abiertos, mirándome sin mirarme, tu mano fría comenzando a leerme, buscando mis emociones en mi cara. Nos leemos suavemente con el anverso de nuestras manos, aún te arde el verso en la piel.

Debajo de la mesa

Hacía rato que Augusto buscaba algo debajo de la mesa. El resto de los comensales no dejaba de mirarlo, con ese disimulo mal aprendido del que “necesita” inmiscuirse en lo ajeno.
Andrée ya se sentía incomodísima, mirando las miradas, sabiéndose juzgada. Se frotaba las manos y parloteaba trivialidades, mientras Augusto, de cabeza debajo del mantel, seguía en lo suyo y ni siquiera atinaba un: “Mirá vos, che” salvador, que la hiciera sentir menos miserable.
Cuando ya el rubor de sus mejillas rozaba el llanto, Augusto reapareció sonriente como si se hubiera sacado la grande, con algo entre los dedos que Andreé no llegó a atisbar. Puchereando, se levantó tan raudamente como sus temblorosas pantorrillas le permitieron, y salió como ventisca por la puerta del Grand Marnier.
Augusto, guardó el anillo de compromiso en su chaqueta, guardándose también un: “¿Me harías el honor?”, que ni esa vez, ni nunca más pronunció.

Hay quien...

Hay quien se pasa la vida descartando sueños, más por temor a cumplirlos que a no hacerlos ciertos.

Las gafas color marrón



Cada año para estas fechas nos visitaba un tío que vivía en España. A pesar de la
distancia, era mi tío preferido y lo esperaba con ilusión más que a los Reyes Magos (tal
vez porque sabía que lo vería).

Ese año, mí tío no llegó por problemas de salud; fue una gran pena para mí. Él era mi
amigo favorito.

Recuerdo que en aquella mañana, recibí una caja con procedencia de Barcelona, España.
En ella una carta y unas gafas.

La carta más o menos decía así:

Siento mucho no haber acudido a nuestra cita de aventuras; tal vez ahora no comprendas
los motivos de mi ausencia por tu corta edad, pero no te abandono totalmente. Dentro de
la caja encontrarás unas gafas color marrón, son mágicas. Y a ti, te concedo el gran poder
de estas gafas, confiando en tu responsabilidad que ahora adquieres. Con ella podrás
logar lo que desees.

Si me llegas a extrañar, póntelas y me verás, si necesitas ser invisible, póntelas. El día
que no temas, ese día estarás lista para salir sin ellas.

Acuérdate de cargarlas contigo y no olvides de soñar.

Al poco tiempo, mi tío murió. Lo lloré muchísimo.

Fui una niña muy tímida, así que casi siempre las usaba y tal vez a pesar de que mi tío
estaba ausente, yo lo veía cada noche para hacer travesuras.

Recordé esta anécdota con algunas lágrimas al ver las gafas en el cajón de mis juguetes
favoritos.

Justo ahora me las puse para redactar esto. Y recordé que aún sin ellas sigo soñando tal
como mi tío me dijo.


Bian


Yo soy...




Yo soy la barba de los filósofos, soy lo que no era y lo que siempre fui, soy el último tren sin pasajeros, los gatos sin sueño, soy un pedazo de espejo roto, soy la poesía después de eructar, soy lo que no está, y lo que aparece, soy luz y la vela sin pabilo, soy los resfriados de domingo, soy la villa  de cuento y un almíbar enlatado. Soy  un ser humano normal que se levanta en las mañanas y ve que su vida podría ser el relato de una escritora mediocre.

Evelyn Robles


Con el alma en pedazos

En menos de lo que dura el sol ocultarse en el ocaso, en tan solo escasos granos de arena llamados minuto, toda su niñez se evapora, abandona y se extingue ante mis ojos que duelen de mirar.
El joven dejó de pensar en el amor y se hizo hombre.
El niño dejó de soñar con los abrazos de Santa en Navidad y comenzó a mirar diferente.
Sin risas, apagados a ratos y duros, con preocupación y dolor callado.
Aquí de pie mientras el piso parece caer, estoy viéndolos perder las costras de sus heridas aún recientes, por las que el alma de un niño pierde el brillo de la inocencia y deja de soñar.
Heridas expuestas, abiertas, desnudas en dolor y en la verguenza. Heridas que nunca sanarán, ni les permiten cicatrizar, que comienzan a latir y que dolerán para siempre.
En medio, yo arrancándoles sus recuerdos uno a uno como hojas que se pierden de un árbol y jamás volverán porque las secará el Otoño.
Tanto se ha perdido en el camino, que nos vemos los rostros sin reconocer a duras penas en lo que nos han convertido.
Un solo propósito, que nuestras manos permanezcan unidas sin soltarse en medio de tanta zozobra y aún así, separar los de pedazos de sus vidas, sus historias e irnos desmembrando poco a poco del arraigo vivencial, mientras me convierto en el verdugo de sus sueños y anclaje a un destino predeterminado.
Partirse y quebrarse por dentro, como si no fuera suficiente hasta quedarse con los huesos solamente, mientras el dolor abraza el espíritu y se aferra sin querer soltarnos mientras dure el alma expuesta.


Silvia Carbonell L.























Magnetita


La brújula señalaba un norte al que no me llegaban los ojos, uno invisible; a ti, en cambio, se te perdían las pupilas en él, que siempre fuiste de llegar más lejos que yo, de ojos de tiro más largo, de mayor alcance. 

Estábamos en mitad de la ciudad; de esta ciudad pequeña en la que todo está a menos de treinta minutos a pie, en la que los ancianos no se encorvan, sino que se enderezan, y en la que los gatos tocan viejos pianos de cola vestidos de chaqué. Los semáforos estaban locos, y las personas estaban locas por los semáforos; "¡verde!" gritaban sus cabezas, "prisa", "tarde", "él", "ella", gritaban también. De la mía salía un "tú" que se enfrentaba a tu perfil, elevándose sobre el resto hasta dejarlos en ecos. 

Todo estaba lleno de señales; de indicaciones sin sentido, "Casco Viejo", "Núcleo Urbano", "Alhambra", todo perfectamente indicado para perderse, pero en ninguno de todos esos carteles absurdos te decían cómo encontrarte. Dimos un paso al frente, hacia el norte, y la brújula se te cayó de las manos, alguien la pisó, y después otro alguien la volvió a pisar. Te quedaste mirándola, como si esperases de ella que se recompusiese, porque esa era su obligación, su misión última. Un señor mayor te debió ver cara de pena, porque paró y te preguntó "¿estás bien, chiquilla?", tú levantaste la mirada del marcador roto, quieta entre una marea de gente que te esquivaba sin más, le miraste a los ojos, que tenía pequeños y brillantes, con pequeños puntos de sabiduría desperdiciada, y respondiste "bien; algo perdida, pero bien". Él, pensativo, tercer maniquí inmóvil entre la marejada, se miró las palmas de las manos, llenas de callos y de manchas, y te dijo: "siempre puedes comprar una brújula, chiquilla", sonrió, como si adrede quisiera que esa sonrisa fuese la manera en que lo recordaríamos, y se perdió entre el gentío. 

La brújula era ya un espejo roto que ninguno de los dos albergaba la esperanza de ver rehecho; te cogí de la mano y te dije: "volvamos sobre nuestro paso". Volvimos un paso atrás; un turista se chocó conmigo -por poco me derriba-, se disculpó y siguió el curso de la acera, patizambo. Atardecía; los gatos preparaban ya sus dobles sin hielo ante un público impaciente; a medida que anochecía los semáforos se volvían aún más locos, aunque la gente andaba más distraída, menos gritando sus cabezas. 

Esperamos al filo de una baldosa blanca y rayada hasta que fueron las ocho. Entonces, como saliendo de un trance compartido, dimos un paso al frente, y cuatro pies le cayeron a una baldosa rosa. Después, a las ocho y un minuto exacto, dimos otro paso, quedándonos entre dos colores. Estábamos ya donde la pobre brújula -lo que quedaba de ella- se señalaba a sí misma. Algo más tarde reparé en que no recordaba por qué estábamos allí, ni por qué seguíamos el norte unas horas antes; sólo podía recordar la sonrisa achiquillada del anciano que te llamaba chiquilla. Empezó a hacer frío, nos tiritaban las manos. Entonces, como el que recuerda una fecha muy importante que no había tenido en cuenta, espontáneo, sobresaltándote a ti misma, te giraste hacia mi, sin mover los pies de esa isla blanquirroja, me miraste muy adentro y, tras algo que me pareció una eternidad, exclamaste: "me encontré", "podemos irnos". 

Deshicimos cada uno de nuestros pasos, de vuelta a tu cama.


Javier Llorente
@Lasendadelsherp
La senda del sherpa





Primer Lugar - Concurso 1


Rompe la jaula aunque no sepas volar.

Segundo Lugar - Concurso 1


Hablar de ti, es maquillar mi rostro con una sonrisa.

Su hora azul

La hora azul, esa hora que no es mañana ni noche, que no es luz ni obscuridad, que es y no es. Todos tuvimos, tenemos, fuimos o somos la hora azul de alguien. 
Desde que se conocieron él fue la hora azul de ella y ella la de él, por azares del destino sus circunstancias no quisieron coincidir y sus tiempos y terceros ya nunca marcarían la misma hora. Pero algo tenían claro, sus urgencias estaban sincronizadas, nacieron para ser siempre a la misma hora y siempre puntuales. 
Esa noche las ganas buscaron el motivo para que se vieran, no era la primera vez que se encontraban así, pero si era la primera vez después de mucho tiempo y en esas condiciones. 
Ella estacionó su auto fuera de su casa, sus manos temblaban y su corazón se agitó todavía mas cuando lo vio abrir la puerta. Ella sabía que en cuanto bajara del auto estaría perdida.
Él le dio la mano y entraron a su casa, platicaban como queriendo no poner atención al ardor que sentían por dentro.
"¿Puedo entra a tu baño?" ella preguntó desviando la mirada. Dentro del baño se miraba en el espejo, todo le daba vueltas, no creía lo que estaba a punto de suceder. 
Al abrir la puerta, él estaba ahí, esperándola de pie, la acorraló entre su cuerpo y la puerta, ella no podía besarlo aún y lo abrazó, sus corazones palpitaban con tal fuerza que sentían sus latidos a través del pecho, ni la primera vez que estuvieron juntos palpitaron de esa manera. Rodaban lágrimas por su cara, él se las secaba a besos, en sus ojos, en sus mejillas, en la boca. Por fin estaban completos esos labios, se entregaron a sus lenguas, hacía tanto que soñaban con ese momento salado y dulce, bebían saliva y lágrimas. Arrancando ropa y dejando rastro por todo el camino llegaron a su cama. Entre sombra y luz se hacían uno, se recordaban el cuerpo entero con la boca. Él recordaba como disfrutaba mordiendo su delicado cuello mientras con sus manos la jalaba violento hacia su cuerpo. Sus dedos iban de humedad a humedad dando placer. Él siempre fue un artista con sus manos, la dibujaban, la reinventaban, la hacían morir y revivir al mismo tiempo, era capaz de llevarla a la locura entre espasmos y temblores, como una hoja frágil que el árbol no quiere soltar pero el viento la reclama con fuerza. Les faltaba piel para abrazarse, se abrazaban con los huesos. Ella lo veía jadeando entre sus piernas, envistiendo una y otra vez contra su cadera. Esa imagen para ella fue suficiente para explotar en éxtasis junto con él. 
Pudieron haber pasado la noche así, abrazados, entregados, enredados. Pero sabían que la hora azul se acercaba, tenían que volver a su color, el único color en el que se saben pintar, por que es de ellos, en el que se saben y no se saben.



Ana R.

Ella soy yo



Ana R.

La desaparición de Francisco

   Francisco era de los que se dejaban despeinar por el viento. Era de los que reían fácil. De los que se perdían leyendo un libro, olvidándose del mundo entero. Era de los que sabían recibir un golpe y sonreír luego. Era de los que sabían soñar entregándose al juego.
   Francisco era de los que desconfiaban de la prisa. Era de los que podían pararse en medio de la lluvia a escuchar su caída. De los que olvidaban los relojes sobre la repisa. Era de los que se despertaba antes del amanecer sólo para aplaudir al sol mientras salía.
   Francisco y yo coincidíamos en la clase de matemáticas. Clase que siempre me resultó difícil, extraña. Para Francisco era una pavada, siempre el primero en terminar los ejercicios que el profesor nos daba. Y me ayudaba. Siempre estaba dispuesto a darte una mano para salvarte mientras te ahogabas. Creo que era libre. Feliz y libre, como un ave mientras volaba. Y cantaba. En los descansos o en medio de las clases, lo mismo daba.
   Un día Francisco desapareció sin decir nada. Ya no lo escuché reír ni cantar. Ya no lo vi sonriendo mientras caminaba. Ya no despertó antes que el sol y se olvidó de la alborada.
   Un día me decidí a preguntarle qué pasaba.

—¿Qué pasó Francisco?
—Fue el tictac —me dijo.
—¿El tictac?
—Sí, el tictac golpeándome en la espalda.


                                                          Rubén Ochoa