Era verano, pero llovía como en invierno; con esas gotas espesas y gruesas que no te dejan ver, ni pensar, ni respirar, y sólo caminás como un autómata, acelerando el paso, pensando que estás a punto de llegar, que sólo faltan metros. Llegué a casa empapada de pie a cabeza, y me abalancé sobre la cafetera para devolverme un poco de calor al cuerpo. Estaba el café como recién preparado. No vi la nota sobre la mesa, hasta que salí de la ducha una hora después. Era breve, con la típica letra de médico de Juan, que nadie entendía pero yo sí. “Tengo que irme, necesito respirar, así no doy más”. Ni un te quiero, ni un te llamo, nada que aliviara esa especie de adiós como tiro al pecho. Era verano, y lo recuerdo bien porque fue un verano de mareas altas. Lo recuerdan todos porque salió en las noticias cuando encontraron el cuerpo de Juan, después de que pasó la tormenta. Me dejó con un post-it, fue todo lo que yo pensé. Empecé a buscar como loca en el departamento sus cosas, y todo estaba igual. No entendía nada. Sólo faltaba una mochila y un par de zapatillas. ¡Me dejó con una puta nota y se fue con lo puesto!. Hasta que vi el noticiero y quedé muda. Dijeron que se tiró del muelle, que alguien lo vio y trató de detenerlo. Ni siquiera atiné a llorar. El llanto llegó después, y creo que nunca paró.
Era verano, pero llovía como en invierno; no hacía más que dar vueltas como gato encerrado en el departamento, viendo las gotas gruesas chocar contra el cristal, tanto que hacían ruido; tanto que la cabeza parecía que me iba a estallar. Preparé café para que Gaby lo encontrara hecho y no me tildara de egoísta como siempre. Gaby y sus celos de todo. Gaby y su forma de mirar el mundo en blanco y negro, y el blanco de sus enojos siempre era yo. Hacía dos horas que me habían despedido de la clínica con un triste: “Reestructuración de staff”, que me tragué como pude. Me tomé el café y me pareció áspero. También lo tragué como pude. No sabía qué hacer con tanta ira contenida y a pesar de la lluvia decidí ir a correr a la playa. El agua siempre me calmó, y por eso nos habíamos mudado a Pinamar en un principio, cuando el stress de la capital había hecho estragos primero con mi pelo, y después con mi matrimonio. Gaby no quería vivir cerca del mar, pero la convencí pronto. Garabateé una nota. No se me ocurría qué poner. La dejé sobre la mesa. Me calcé las zapatillas y una remera, puse una toalla y un par de medias en la mochila y apagué la luz. Llovía con ganas, y cuando me iba acercando a la playa la tormenta ya estaba desatada; me pareció más absurdo no correr que volver a casa. Corría casi sin aire y cuando llegué al muelle vi un tipo enfilando derecho, decidido. Le grité fuerte, pero creo que no me escuchó. Cuando se paró en el borde empecé a correr más fuerte. Llegué justo a agarrarlo, pero no vi la ola, y sentí un raspón fuerte en el brazo. No supe qué me golpeó. Sólo tropecé, y lo último que vi fue el mar furioso y la cara del tipo. Sonreí y pensé: Gaby se va a enojar si vuelvo con la remera rota.
Ya no daba más. Estaba harto de todo. De la vida miserable que llevaba, de la soledad, de la bendita playa que alguna vez me había parecido un paraíso, de las llamadas nocturnas de mi madre preguntándome cómo me iba y cuándo iba a volver. ¿Volver?, yo no quería volver a ningún lado. Volver era claudicar con mis sueños del negocio propio, de mandar la ciudad al carajo y empezar de nuevo en otro lugar. Me había ido mal desde el inicio, pero no lo quise aceptar. Después las deudas se empezaron a sumar y pedí un crédito, y después otro, y cuando ya no quisieron darme más pedí prestado, y después más. No podía pensar. La lluvia me pone tenso. No sentía que ninguna parte fuera mi lugar, y pese a que nunca creí que sería del tipo suicida lo único que hice fue ponerme un par de zapatillas, una remera, meter los pagarés y todos los papeles del negocio en una mochila y salir hacia el mar. Cuando estaba en el muelle todo pareció más simple, pero más cierto y empecé a llorar. Me acerqué al borde y ya no veía nada, no sé si por mis lágrimas o por la lluvia, pero no veía nada. Por eso tampoco vi que se acercara el tipo y me agarrara del brazo, sólo sentí un tirón fuerte e instintivamente me quise soltar. La ola. Fue culpa de la ola. Una rama me pegó cerca de la cara y creo que al tipo también. Fue un minuto. Como un baile. Lo vi sonreír en el aire y no lo pude agarrar.