Aquí voy a escribir la historia de un hombre cualquiera, uno que camina por la calle sin saber muy bien el lugar al que debe llegar, un hombre que mira el suelo porque no quiere ver los rostros que hacen que la vida sea real, un hombre que hace mucho tiempo deambula en su interior buscando la salida, pero esto son conjeturas mías.
Comenzaré escribiendo, mejor dicho, describiendo lo que se ve, lo que podemos ver de él, bueno no, porque vosotros ahora miráis mis palabras que en definitiva no son él, es lo que yo veo de él.
Un hombre de unos cuarenta años, quizá tenga menos pero sus canas le otorgan un aire más envejecido, aunque si no fuese por esa mirada sería un aire más atractivo. Lo dicho, en sus ojos guarda años vacíos, silencios eternos y lágrimas que cansadas de derramarse solas se aferran a un orgullo que ya no es tal, es pura resignación. Una boca que hace mucho que no se convierte en sonrisa, al menos natural, es una mueca perpetua que grita para que algo pase, bueno o malo. La piel es traslúcida, no como el cristal, sino como los fantasmas, porque en eso se ha convertido, en un fantasma que ya no camina, se deja llevar. Su ropa me da igual, como a él, por eso no me detengo.
Aquí me paro para reflexionar un segundo, no es un buen personaje para estar escribiendo un relato sobre él, no sé, sigamos espiándolo.
Camina por la calle solo, se roza con los demás e incluso se lleva algún que otro empujón, ya saben como somos de egoístas que ni siquiera vemos a los fantasmas. No tiene prisa, al menos sus pasos son lentos, lleva las manos guardadas en los bolsillos, desde aquí puedo ver que guardan algo, pero claro, no sé concretar, no puedo ver tras la tela vaquera, pero parece algo a lo que tiene cariño pues toda la energía de su cuerpo, la poca que trasmite, se centra en ese movimiento: juega con algo dentro del bolsillo, lo saca enjaulado en su mano y sin mirarlo, lo vuelve a guardar, y así durante todo el trayecto.
No mira el reloj, incluso dudo que tenga reloj, creo que quiere ir a ninguna parte, el mismo sitio del que proviene y para llegar allí no se necesita ninguna prisa.
Insustancial, anodino, vulgar, uno más, ese es nuestro protagonista y lo es por eso mismo, porque nadie se fijó en él, hasta hoy, vamos a seguirlo.
Me pego a su espalda, estoy seguro que aunque me pegara de verdad nunca creería que lo siguen, que alguien se ha tomado la molestia de interesarse por su vida. Poco a poco comienzo a caminar paralelo a él, los mismo pasos, el mismo ritmo y resulta que es agradable, no hay preocupación, siento las suelas de mis pies como se doblan en cada huella, siento que camino y una sonrisa viene a mi boca, algo tan absurdo, tan pequeño y primario, algo tan lógico y sin embargo lo hemos olvidado, caminar. Caminar sin prisa, sintiendo el balanceo de cada pierna, sintiendo como todo el cuerpo se va moviendo, sin pensar en nada más, solo caminando.
Seguimos caminando y empiezo a notar que yo también soy ignorado por la gente, tal vez ha sido siempre así y mi ego me hizo pensar que la gente me mira, pero hoy no soy nadie, hoy soy un fantasma más y hace que me libere de más peso, camino ligero y miro al suelo, hay un momento que me olvido de él, me olvido de todo y floto, un empujón me hace levantar la cabeza y darme cuenta que él ha marchado en otra dirección, corro para alcanzarlo y me coloco más cerca aun, casi le rozo, desde esta posición puedo ver sus ojos, desde aquí intuyo vida dentro de ellos, algo palpita ahí, vuelvo a sonreír.
Se mete en una librería y revolotea entre los libros sobre el mostrador, por fin puedo oír su voz, habla pausadamente y con familiaridad con el dependiente, se nota que se conocen de hace años, incluso intuyo gestos de complicidad. El dependiente se esfuma a la trastienda y él me mira fijamente a los ojos y sonríe, no es una mueca, es una sonrisa luminosa, de verdad, lo que veo es un niño pequeño que espera su juguete de los reyes magos. Ha sido una mirada fugaz que ha hecho que todos mis prejuicios se vengan abajo, ahora soy yo el que camina sobre escombros.
En cuanto sale de la tienda vuelve su triste gesto, eso me desconcierta y me nacen miles de hipótesis, miles de preguntas que olvido rápidamente pues estoy absorbido por su misterio. Misterio, ya ven como han cambiado las cosas, os lo presenté como uno más, anodino, etc… y ahora es puro misterio, lo que son cien pasos y varios minutos de escuchar de verdad, aunque sean sus silencios, sus gestos.
Volvemos a la calle en la que empezamos y con la misma tranquilidad se sienta en un banco, yo hago lo mismo y me vuelve a mirar, y se vuelve a reír, es la hora de inmiscuirme en él.
-Perdona, le he estado observando…
-Lo sé, lo he notado desde el principio.
-¿En serio? Parecía que iba pensando en sus cosas y que no se enteraba de mucho.
-Lo sé, eso también es verdad.
-¿Podría hacerle una pregunta?
-Por supuesto, aunque creo que ya sé lo que me quiere preguntar.
-¿Por qué está usted tan triste?
-No es mi tristeza lo que has visto, es el reflejo del mundo en mí, yo creo, siento al mundo triste, gris, anodino, doloroso y se refleja en mi forma de andar, de mirar, de vivir, me vuelvo gris como todos, somos el paisaje, lo que pasa es que tú te has fijado solo en mí, y lo has visto todo concentrado en mi cuerpo.
-Esa es una forma extraña de ver el mundo, yo no creo que sea tan triste como tú dices.
-Eso es porque tú te has construido tu mundo, y dentro de él está todo lo que tú quieres que esté y dejas fuera la realidad, lo hacemos todos, yo mismo lo hago, no creo en el mundo que pisamos, solo creo en el mundo que he creado.
-Pero eso es una forma de resignarte a vivir donde no quieres.
-Pero qué remedio, estamos aquí obligados, claro que es resignarme, pero de aquí para fuera (hace un gesto palpándose el cuerpo), ese es el mundo al que estamos obligados a vivir, aquí dentro es lo que quiero vivir.
-Una última pregunta, ¿Qué llevas en el bolsillo?
-Nada.
Sin dejarme ni siquiera a abrir la boca se levanta y emprende de nuevo el camino, instintivamente comienzo a ir tras él, con el mismo paso, la misma mirada y comprendo, él es libre porque se ha construido su propia libertad, no hay nadie que le haya dicho cual tenía que ser, él lo ha elegido y no es anodino, insustancial, pero sí que es uno más que busca el mejor camino para atravesar el mundo. Tiene miedo, llora, ríe, se desespera y construye fantasías que sabe que no son reales pero le ayudan a vivir el día a día. Él es único, como todos.
Sigo tras sus pasos mientras pienso todo esto, casi sin enterarme voy tras sus huellas hasta que él se para y girándose hacia atrás me recuerda algo:
-Este no es tu camino.
Le veo marchar y cuanto más lejos está más cerca de mí me siento, él es yo o tú, el es todos, un hombre cualquiera.
Julio Muñoz