Estás a cinco minutos de convertirte en lo que siempre dijiste que no serías. Lo malo es que no reaccionás, y te quedás impávida y mudita, mirándote mirar al vacío. Lánguidamente. Cordero obediente. Ni un leve impulso de salvar al pellejo del precipicio seguro. Ni un atino de tensar los tendones y medir las fuerzas, tratando de saltar hacia el otro lado. No. Desbarrancás nomás, certera y brusca: “Mirá, ahí va Mariana, la veo caer”.
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