En una de esas mañanas en las que sientes que el alma no te cabe en el cuerpo, decidí irme a pasar unos días en otro lugar, lejos de casa. Necesitaba un poco de aire fresco, aire nuevo, nuevos rostros, voces e historias.
Basándome en el gran gusto y amor que tengo por el café, decidí irme a Colombia.
Me dijeron que el lugar ideal sería ir a una pequeña ciudad llamada Armenia, en el Departamento de Quindío, en el eje cafetero. Ciudad que se encuentra entre Bogotá, Cali y Medellín, las ciudades más importantes de ese país.
Es una ciudad pequeña, con una flora impresionantemente bella, con numerosas orquídeas y exuberantes aves decorando el cielo. Águilas, gavilanes y hasta tucanes hay en esas ciudad.
Ahí conocí a un viejo llamado José. Le pedí me contara una de las historias que mejor recordara y así fue como conocí a la pequeña María.
María, vivía en una de las fincas más cercanas a los cafetales, hablaba poco con los lugareños, pero se le veía hablando constantemente entre las plantas de café. Parecía que algo les contaba, nunca nadie supo qué.
Usaba el pelo largo y oscuro, usaba siempre vestido y a veces no le gustaba usar zapatos.
El viejo José, que entonces tenía un pequeño cafetal, veía llegar a María todas las mañanas a acariciar y platicar con los cafetales. Caminaba entre ellos y parecía que contaba uno a uno los granos rojos de las plantas que eventualmente serían tostados para servir un buen café.
Una mañana de esas tantas, el viejo José decidió acercarse a la pequeña; le preguntó su nombre, su edad, porqué no estudiaba y hasta preguntó dónde estaba su mamá.
“Me llamo María, tengo ocho años, mi mamá se encuentra en casa y no voy a la escuela porque mi alma pertenece a los libros y a este cafetal.” Contestó la pequeña.
-Pero, niña, ¿no quieres ser algo más cuando seas grande?- Preguntó el viejo José.
-Estoy segura que estas manchas en mi nariz son señal de que mi vida pertenece a este cafetal.
- ¿Y qué les cuentas a estas plantas? Todas las mañanas te veo llegar a caminar entre ellos, y veo que las tocas y les hablas al pasar.
-Les cuento historias de amor y de cómo crecerán – contestó.
-¿Cómo que historias de amor?
-Sí, el amor hace que todo lo que nace siempre sea más bello y mejor y un día, con amor, yo quiero tener el mejor café de Colombia, quiero vivir en un cafetal.
El viejo José, jamás olvidó las palabras de la pequeña María. Buscó los libros que la niña decía y comenzó a hacer lo mismo con sus plantas. Con escepticismo, por supuesto, pues no creía en la totalidad de esas palabras.
Las plantas del viejo José no crecieron como él esperaba y llamó a la pequeña María para contarle la experiencia y trató de convencerla de que su teoría era equivocada.
-Es que no lo hace con amor, viejo José. Si no les habla con amor, las plantas nunca crecerán. Deje de tener dudas y verá.
El viejo, continuó por varias semanas y nada de la mejora en las plantas.
-Déjeme hacerlo a mí, y verá que no estoy equivocada.
El viejo José decidió dejar a María que hablara con sus plantas. Con la condición de que también estudiara, pues con el paso de las semanas y meses, había aprendido a querer a esa pequeña con gotitas de café en la nariz.
Cual va siendo su sorpresa, cuando al llegar la fecha de la cosecha, las plantas sí eran más grandes y los granos más rojos y dulces. El olor a café inundaba la propiedad del pequeño terreno cafetero y hasta contagió la armonía entre los trabajadores; pero no fue hasta que hicieron el primer tostado que se dieron cuenta de la verdadera magia.
El olor del grano inundó todo el Departamento de Quindío, las personas del poblado de Armenia se acercaron al tostado y comenzaron a sentir una inmensa felicidad. Comenzaron a abrazarse y a reír y cada día que pasaba era mejor la actitud de los otros para irse a trabajar. Sólo por poder respirar de nuevo el olor de ese café tostado.
Así nace el café Quindío. Uno de los cafés considerados como los mejores de Colombia y así, también, nace la historia de esta pequeña niña; María, quien enseñó a los cafeteros a cantar, amar y respetar a sus plantas como seres que también necesitan ser amados.
Ahora es parte de la rutina de trabajo. Hay personas que se dedican todos los días a contar historias de amor a los cafetales, les cantan, acarician y les entregan sus mejores sonrisas a cada una de las hojas de las plantas de ese lugar. Todos, desde entonces, aman su trabajo.
@LaCkatrina