A cuatro manos
Día del Padre
Día del Padre
16 de junio de 2013.
Un texto de @Dislocado_ y @PepeAA
—Recuerdo que lo veía como un árbol, de esos que su sombra cubre una cuadra completa. Lo grave de su voz retumbaba en la más dura pared. Su saludo de mano, era firme y seguro. Y su gesticulación amedrentaba al hombre más egocéntrico. Era mi padre, era grande, era fuerte y enorme; era mío.
—Podría asegurar que era un Ficus, grande y lleno de hojas, abrazando y cuidando nuestro cálido hogar. También era una montaña donde podía ver las luces de la ciudad sin temor a caerme, enseñándome sin palabras lo que es la libertad.
—Trató de mostrarme lo cruel de las personas, pero también, su lado humano. Nunca estuve de acuerdo con él; éramos iguales, opuestos y absolutamente diferentes. Siempre llenos de contrariedad. Siempre peleando. Siempre aferrados a la verdad y a tener la razón de lo que nunca importó, de lo superfluo, de lo banal y de lo que nos separó hasta su partida.
—Recuerdo cuando manejaba en carretera, no había lugar más seguro en el que pudiera sentirme; me enseñó a sentir, me enseñó a enojarme y alegrarme, me enseñó a vivir. Nunca fue mi héroe, era mi amigo, mi enemigo, era mi padre, era grande, era fuerte y enorme; era mío.
—De él aprendí la verdad, la amistad, la adicción a los libros, el amor al fútbol americano, al béisbol, a las motos y a los autos. Pero ningún amor como el que le tenía a mi madre, ese que abre y le da brillo a las alas de la mujer; su mujer. No he visto caballero más orgulloso cabalgando al lado de una dama por el sendero de la vida, que él.
—Creo que una de las mejores cosas que aprendí de él, fue a apreciar la música; una de las mejores herencias que me pudo dejar en vida. Gracias a esas alas, soy una persona sensible que agradezco ser y puedo volar a través de ellas para renombrarlo, recordarlo y admirarlo.
—Porque la música se aprecia en todos los estados emocionales. Y qué hermoso. Sabes que estás vivo al sentir. (Si estas letras estuvieran plasmadas en papel, querido lector, sería el papel más arrugado por tantas lágrimas derramadas) Y esto que siento, lo aprendí en el inicio de su viaje espiritual; ese viaje que, en paralelo, trajo al más triste de mis días. El día que aprendí a nunca quedarme un “te amo”. El día que prometí siempre decirle a mi hijo que lo amo. Porque a él, mi padre, nunca se le enseñó a decirlo; sino a demostrarlo.
—Yo no soy padre pero desearía algún día serlo, aunque a veces creo estar alejado de cumplir ese sueño. Comparto las lágrimas y los recuerdos, comparto el coraje y el anhelo, comparto las risas y los sueños que me acercan y me alejan para recordar cuánto lo siento. Seguiré volando para encontrarlo en su momento.
—Gracias por ser, estar, guiar y enseñarme a pensar. Gracias por ser tan duro y constante. Gracias por tu eternidad y tu caballerosidad. Gracias y perdón por todo. Javier, siempre te llevo en mi corazón.
—Gracias por el aprendizaje y la confianza, gracias por la música y por ser ese Ficus constante; perdóname por mi comportamiento y por no decir “te quiero” en su momento. Pepe, en mi corazón te llevo.
Gracias, caballeros. Hacen falta.
Un texto de @Dislocado_ y @PepeAA
—Recuerdo que lo veía como un árbol, de esos que su sombra cubre una cuadra completa. Lo grave de su voz retumbaba en la más dura pared. Su saludo de mano, era firme y seguro. Y su gesticulación amedrentaba al hombre más egocéntrico. Era mi padre, era grande, era fuerte y enorme; era mío.
—Podría asegurar que era un Ficus, grande y lleno de hojas, abrazando y cuidando nuestro cálido hogar. También era una montaña donde podía ver las luces de la ciudad sin temor a caerme, enseñándome sin palabras lo que es la libertad.
—Trató de mostrarme lo cruel de las personas, pero también, su lado humano. Nunca estuve de acuerdo con él; éramos iguales, opuestos y absolutamente diferentes. Siempre llenos de contrariedad. Siempre peleando. Siempre aferrados a la verdad y a tener la razón de lo que nunca importó, de lo superfluo, de lo banal y de lo que nos separó hasta su partida.
—Recuerdo cuando manejaba en carretera, no había lugar más seguro en el que pudiera sentirme; me enseñó a sentir, me enseñó a enojarme y alegrarme, me enseñó a vivir. Nunca fue mi héroe, era mi amigo, mi enemigo, era mi padre, era grande, era fuerte y enorme; era mío.
—De él aprendí la verdad, la amistad, la adicción a los libros, el amor al fútbol americano, al béisbol, a las motos y a los autos. Pero ningún amor como el que le tenía a mi madre, ese que abre y le da brillo a las alas de la mujer; su mujer. No he visto caballero más orgulloso cabalgando al lado de una dama por el sendero de la vida, que él.
—Creo que una de las mejores cosas que aprendí de él, fue a apreciar la música; una de las mejores herencias que me pudo dejar en vida. Gracias a esas alas, soy una persona sensible que agradezco ser y puedo volar a través de ellas para renombrarlo, recordarlo y admirarlo.
—Porque la música se aprecia en todos los estados emocionales. Y qué hermoso. Sabes que estás vivo al sentir. (Si estas letras estuvieran plasmadas en papel, querido lector, sería el papel más arrugado por tantas lágrimas derramadas) Y esto que siento, lo aprendí en el inicio de su viaje espiritual; ese viaje que, en paralelo, trajo al más triste de mis días. El día que aprendí a nunca quedarme un “te amo”. El día que prometí siempre decirle a mi hijo que lo amo. Porque a él, mi padre, nunca se le enseñó a decirlo; sino a demostrarlo.
—Yo no soy padre pero desearía algún día serlo, aunque a veces creo estar alejado de cumplir ese sueño. Comparto las lágrimas y los recuerdos, comparto el coraje y el anhelo, comparto las risas y los sueños que me acercan y me alejan para recordar cuánto lo siento. Seguiré volando para encontrarlo en su momento.
—Gracias por ser, estar, guiar y enseñarme a pensar. Gracias por ser tan duro y constante. Gracias por tu eternidad y tu caballerosidad. Gracias y perdón por todo. Javier, siempre te llevo en mi corazón.
—Gracias por el aprendizaje y la confianza, gracias por la música y por ser ese Ficus constante; perdóname por mi comportamiento y por no decir “te quiero” en su momento. Pepe, en mi corazón te llevo.
Gracias, caballeros. Hacen falta.