Me gusta cepillarme los dientes antes de sentarme a escribir. Ya estando
en el baño también me lavo las manos y la cara. Luego, enjuago el jabón
para dejarlo libre de espuma mugrosa. Salgo con la cara
empapada y dejo que la humedad se seque con el aire que me da en el
camino hacia mi habitación.
Por la abertura de la puerta se ve un resplandor azuloso. La computadora espera por mí y hace una clara invitación a entrar en ella, a desear la suavidad de su teclado, y me muestra, abierta como flor, la página del procesador de palabras, en blanco, siempre en blanco.
Incitante insinuación. Me gusta escribir oyendo música, para inspirarme, para dejarme llevar, sin embargo prefiero digitar sobre el control del estéreo que hoy por la mañana dejé preparado con las canciones que me acompañaran en esta larga velada literaria. La música puede transportar las emociones de la manera más directa posible en el mundo y sensibilizar, aunque sea por un instante, hasta al más duro de los corazones.
Estando frente al teclado y con la música de fondo sonando a mis espaldas decido continuar con mi acostumbrado quehacer de morderme las uñas. La del dedo índice es siempre la más latosa, me gusta hacerle el acabado en punta; la prefiero por el reto que conlleva y porque es con la que más me entretengo.
La tranquilidad llega y con ella el recuento del día. La sensación del mordisqueo me produce hambre. Nunca tengo a la mano bocadillos ni siquiera un vaso con agua. Así es que, como todas las noches, tengo que bajar por los víveres. A veces el refrigerador está tan desordenado que es imposible no darse cuenta; hay cosas putrefactas y los frascos no están acomodados por tamaños, los moldes para hacer hielo están vacíos y en la puerta hay algunos limones en el lugar de los huevos.
La media noche apenas comienza. Para escribir con orden debe arreglarse el pensamiento y para que eso suceda hay que tener ordenado el entorno.
Dejó impecable el refrigerador antes de la una y media. Olvidé cenar pero el sonido de mis tripas me lo recuerda. Acabo de escombrar y eché a la basura toda la “utilería” que hacía parecer que el refrigerador se desbordaba de lo lleno. Por fin acabo y regreso al cuarto. La computadora sigue encendida y ahí sigue también la página en blanco…
Por la abertura de la puerta se ve un resplandor azuloso. La computadora espera por mí y hace una clara invitación a entrar en ella, a desear la suavidad de su teclado, y me muestra, abierta como flor, la página del procesador de palabras, en blanco, siempre en blanco.
Incitante insinuación. Me gusta escribir oyendo música, para inspirarme, para dejarme llevar, sin embargo prefiero digitar sobre el control del estéreo que hoy por la mañana dejé preparado con las canciones que me acompañaran en esta larga velada literaria. La música puede transportar las emociones de la manera más directa posible en el mundo y sensibilizar, aunque sea por un instante, hasta al más duro de los corazones.
Estando frente al teclado y con la música de fondo sonando a mis espaldas decido continuar con mi acostumbrado quehacer de morderme las uñas. La del dedo índice es siempre la más latosa, me gusta hacerle el acabado en punta; la prefiero por el reto que conlleva y porque es con la que más me entretengo.
La tranquilidad llega y con ella el recuento del día. La sensación del mordisqueo me produce hambre. Nunca tengo a la mano bocadillos ni siquiera un vaso con agua. Así es que, como todas las noches, tengo que bajar por los víveres. A veces el refrigerador está tan desordenado que es imposible no darse cuenta; hay cosas putrefactas y los frascos no están acomodados por tamaños, los moldes para hacer hielo están vacíos y en la puerta hay algunos limones en el lugar de los huevos.
La media noche apenas comienza. Para escribir con orden debe arreglarse el pensamiento y para que eso suceda hay que tener ordenado el entorno.
Dejó impecable el refrigerador antes de la una y media. Olvidé cenar pero el sonido de mis tripas me lo recuerda. Acabo de escombrar y eché a la basura toda la “utilería” que hacía parecer que el refrigerador se desbordaba de lo lleno. Por fin acabo y regreso al cuarto. La computadora sigue encendida y ahí sigue también la página en blanco…