Y se me ocurrió preguntarme: ¿por qué escribo?
En este punto se me ocurre responder: por ella. Siempre existe un «ella» para cada cosa, para cada lugar, para cada tiempo; si algo pasa también es un «ella».
Me siento a pensar cada cosa, analizo detalles del mundo: el cielo, animales, plantas, mi trabajo, cuando practico deporte, una sonrisa, el brillo en los ojos de un niño, lo bien que huele el aire, el peso de mi cuerpo… cada cosa me lleva a un punto: ella.
Ella tiene nombre, ella no existe, ella existe, es todas y ninguna. ¿Me explico?
Solo es ella; por ella río y lloro, canto, sueño, soy feliz; por ella odio con todas mis fuerzas, por ella amo al mundo, por ella fui capaz de ignorar la existencia del tiempo para hacerme eterno. Por ella caí al fango para sentirme un cerdo, por ella volé, hice el amor, respiré profundo y caminé de su mano. Por ella grité y me escuchó el demonio quién despertó de su sueño para arrancarme el alma. Por ella descubrí que Dios existe entre sus piernas y no en el cielo.
No solo escribo por «ella»: por ella vivo.
Todas mis razones son ella, el ser que me dio vida, la otra que amé, la que odio, la que quiero que sea, la que se quedará, y al final: Ella.
Me resulta absurdo hablar de sonrisas si no vienen de ella, o de las estrellas, la belleza del mar, el campo, las aves, la música, la poesía, los viajes…
Y sigo sentado, pensando, dando vueltas al mundo y busco opciones, quiero estar equivocado y decir que escribo porque amo vivir; pero para mí la vida es Ella.