martes, 26 de febrero de 2013

A este dulce dependio.


A este dulce dependio
flaco de esta cordura,
es extraña amargura
e invisible incendio.

Y llega en el remedio,
de súbito, de repente,
siendo vos de lo ausente
y transparente rebeldía,

ese bosque en demasía,
la hoja omnipresente.


Alexander Gómez.

3: 00 a.m. (Insomne)


Voy a tomarte en la molestia, en ésta que me lleva a ser un par de soles encendidos por el insomnio. Me asomo a la ventana que da al pasillo que lleva hacia afuera, ventana que a primera vista sólo da hacia un muro. Murmuro que la noche cae, pero no, la noche no cae, aterriza como una ciudad sobre otra, entre otra, calando, acomodándose en cada uno de los rincones que separan al pecho de la espalda. Creo que jamás se podría comparar a la noche con el olvido, todo lo contrario, pues ésta ha de ser el más efectivo de los verdugos, incluso ha de ser puerta franca para todo tipo de vestigio y también testigo de aquellos amantes que retozan con decoro sobre los trozos de la distancia vencida.

Sólo soy una orilla que se asoma a este fondo tan libre del pozo, apenas una pena, apenas una pose, un paso quieto o un quieto de paso. Así es como me aparto del punto onírico, siendo la vertical quebrada en el intento de describir aquello que escondió al horizonte, esta ventana-blanco de los recuerdos que ya es cicatriz a la hora del no dormir.

El reloj sigue enmarcando mi insomnio y seguirá marcándome en el ahora.


Alexander Gómez.

¿Me recuerdas?

Imagen encontrada en este Tumblr. Si sabes quien es el autor contacta con nosotros. Gracias. 


Me recuerdas a alguien, tu imagen ya ha se ha colado más veces por esta memoria. Nos hemos persguido anteriormente, ¿verdad?

Sí, eres tú, tan príncipe como sapo.

Ester Marfer.



El Insomnio

Imagen tomada de www.vitadelia.com



El insomnio es vida:

El insomnio nace del pasado.
El insomnio nace cuando pienso en ti.
El insomnio nace siendo un conformista, no tiene sueños.
El insomnio es el síntoma, la noche es la enfermedad.
El insomnio es la falta de dueño.
El insomnio es la luz al principio del túnel.
El insomnio crece de recuerdos.
El insomnio crece de la mano con la soledad.
El insomnio crece con una sonrisa de ojera a ojera.
El insomnio se reproduce con música.
El insomnio se reproduce con la luz apagada.
El insomnio se reproduce con lágrimas.
El insomnio muere de chaquetas mentales.
El insomnio muere al ser correspondido.
El insomnio muere al verse en el espejo.

El insomnio nace, es, crece, se reproduce y muere.
El insomnio es vida.

Por Pepe Aguilar Alcántara
@PepeAA

Espero


Espero tener ganas de decirte que sí, aun cuando el no sea inevitable.
Espero tener tiempo para pasarlo contigo, aun cuando todo mi tiempo haya pasado en las arrugas de mis manos.
Espero mirarme en tus ojos, aun cuando toda la luz haya abandonado los míos.
Espero tener puesta la sonrisa en el rostro, aun cuando la muerte nos aceche tomados de las manos la última noche del mundo.
Espero que estés ahí conmigo, dándome un abrazo, cuando llegue a la última orilla de esta vida.
Espero que de este lado de la tumba estés tomando mi mano, todavía, siempre. 

El Sol brilla por su ausencia



Aprendí de ti



Que las promesas son para cumplirse, que se responde siempre “Te Amo” cuando te dicen lo mismo, que “para siempre” es mucho tiempo, que a veces se dice más con letras y canciones que con palabras, que las mañanas no son mañanas sin café, y que las noches no son noches sin un libro en la mano.
Que los sueños se viven aunque no se cumplan, que los abrazos siempre son buenos, que las sonrisas también se roban y que los pequeños detalles siempre son grandes.
Que un beso te hace sentir poderosa, que las caricias nunca son sosas, que una mentira es una mentira aunque sea piadosa, que hay dos tipos de familia, la de sangre y la elegida, que un gato puede ser una excelente compañía.
Que Sabines y Sabina aunque nunca fueron ni amigos hacen buena combinación, que la comida nunca se tira, y que acompañada siempre es mejor la ducha.
Que dormir no siempre significa descansar, pero que se descansa mejor en unos brazos aunque no se duerma, que el sexo es básico al día a día, pero que no se tiene sexo con cualquiera.
Todo esto aprendí de ti y de tus caricias, peo también aprendí  que se puede decir te amo sin sentirlo, que las promesas que no se cumplen no son reclamadas, que el ser poderosa dura cinco minutos y que las letras y canciones si quieres las reciclas.
Aprendí que los sueños son transferibles, que los abrazos no siempre son sinceros, que las sonrisas robadas no siempre son sonrisas, y que muchos pequeños detalles también puede que no tengan importancia.
Aprendí que lo que se ama también se odia, como yo en este momento a Sabines y Sabina, que para no tirar la comida, mejor la dejamos para otro día y que con uno mismo es suficiente la ducha.
Que el descanso es relativo y que se nos olvida que nosotros mismos también tenemos un par de brazos para dormir tranquilos.


Helena Sibarita
@LaCkatrina



Arquitectura del sueño



Hay olas llegadas de algún recóndito lugar en la imaginación que aparecen imprevistas, sin siquiera haberlas invocado ni con un suspiro de pensamiento se adueñan de los sueños. Con una presencia altiva y resonante llegan, disponen de tu archivo de instantes; tejen, mezclan, ponen y quitan a la velocidad de las alas del colibrí y de repente surge ante la vista del soñante la perfecta arquitectura de la realidad ideal e insospechada. Mares de esencias que se funden en el corazón, el deseo detrás de las cortinas del inconsciente emana discreto como humo de incienso y lo abarca todo en un respiro súbito, entonces el soñante toca, siente los cabellos de la antes desapercibida compañera de oficina, ella le recita una melodía de palabras, la besa, aspira los aromas secretamente deseados sin saber y es envuelto en la seda del placer hasta que la pintura de tal sueño se evapora sin razón. El soñante despierta, sus dedos se aferran a la última fibra de seda mientras ésta se va escurriendo al fondo con el espejismo que se diluye al atisbar el tedio absorbente de la vida comandada por el reloj. En un intento se juega al escultor y se reconstruye el sueño, no se le debe dejar a medias. Se trata de libar al menos el rastro de la ultima gota de la escena y crear el final idóneo; vuelves a esbozar las sensaciones, exageras los detalles, los revives una y otra vez, incluso cambias escenografías, ahora el placer durará al menos el día de la jornada y tal vez sobreviva al momento en que la antes inexistente fémina te dirija la frialdad de un buenos días, entonces sabrás que todo fue una obra compuesta en total disonancia con la estructura de su realidad.

¿Por qué escribo?



Y se me ocurrió preguntarme: ¿por qué escribo?
En este punto se me ocurre responder: por ella. Siempre existe un «ella» para cada cosa, para cada lugar, para cada tiempo; si algo pasa también es un «ella».
Me siento a pensar cada cosa, analizo detalles del mundo: el cielo, animales, plantas, mi trabajo, cuando practico deporte, una sonrisa, el brillo en los ojos de un niño, lo bien que huele el aire, el peso de mi cuerpo… cada cosa me lleva a un punto: ella.
Ella tiene nombre, ella no existe, ella existe, es todas y ninguna. ¿Me explico?
Solo es ella; por ella río y lloro, canto, sueño, soy feliz; por ella odio con todas mis fuerzas, por ella amo al mundo, por ella fui capaz de ignorar la existencia del tiempo para hacerme eterno. Por ella caí al fango para sentirme un cerdo, por ella volé, hice el amor, respiré profundo y caminé de su mano. Por ella grité y me escuchó el demonio quién despertó de su sueño para arrancarme el alma. Por ella descubrí que Dios existe entre sus piernas y no en el cielo.
No solo escribo por «ella»: por ella vivo.
Todas mis razones son ella, el ser que me dio vida, la otra que amé, la que odio, la que quiero que sea, la que se quedará, y al final: Ella.
Me resulta absurdo hablar de sonrisas si no vienen de ella, o de las estrellas, la belleza del mar, el campo, las aves, la música, la poesía, los viajes…
Y sigo sentado, pensando, dando vueltas al mundo y busco opciones, quiero estar equivocado y decir que escribo porque amo vivir; pero para mí la vida es Ella.

Ocurre




que un día, el mar de gente me reconoce y me eleva
que una tarde-noche, todo reflector guiña
que un sin día, ya no existió escondite alguno
que un encuentro, ya no impacta consigo
que una tarde devota, espera el final del libro
que toda posibilidad, se tiraniza presente
que un colapso , gustoso se duerme

Ocurra un día, que le fue imposible
a un hombre, pasarse desapercibido.
  


Rogelio Sin Contexto

Los olvidados




Yo no hablo de venganzas ni perdones, el olvido es la única venganza y el único perdón.”  Jorge Luis Borges
Don Miguel se ve muy mal. Yo lo se por que llevo aquí el tiempo suficiente para saber ese tipo de cosas. Antes no pasaba un mes sin que alguien se uniera a nuestras filas. A veces llegaban muy jóvenes, hablando mucho y con muchas expectativas. Algunas otras llegaba alguien mas viejo, cansado, sin ganas ya de convivir. Los que llevamos mucho tiempo aquí somos frágiles, o al menos así nos sentimos. Ahora no viene nadie, ya no se ven pastas nuevas. 
Yo llegué aquí en la época de oro. Recuerdo que llegué junto con muchos otros. Ese día Don Miguel se pasó dos horas acomodándonos, archivándonos y etiquetándonos. Tan meticuloso él. Recuerdo la expectativa. Cada determinado tiempo Don Miguel entraba al cuarto, revisaba su inventario y escogía a alguno de nosotros. Nadie sabía lo que sus páginas contenían hasta que él, con su único ojo bueno, nos revelaba las historias secretas y los personajes que en nuestras páginas cobraban vida. El tiempo que pasaba alguien fuera de los estantes dependía del grosor de cada uno. Los más esbeltos a veces regresaban el mismo día que eran sacados. Los menos agraciados físicamente, se podían tardar hasta tres semanas. Todos regresaban extasiados y contaban con alegría el contenido de sus páginas. Algunos contaban historias maravillosas sobre ancianos demenciados con delirios caballerescos. Otros, menos afortunados estaban llenos de gráficas y estadísticas.
En menos de un año Don Miguel había leído ya a 48 de los 50 que habíamos llegado juntos. Un día entró a la recámara y se acercó a nosotros. Dudó unos instantes y tomó al libro que estaba al lado mío; un libro raquítico de portada muy colorida. Analizó la contra portada y salió de la habitación. Yo,  desilusionado me consolé pensando “Para mañana ya lo habrá terminado”. Y tenía razón, al día siguiente regresó el esquelético libro y nos contó su historia. Sus páginas exponían el más inverosímil  de los relatos. En ellas se narraba el infortunio de un hombre que despertó una mañana para encontrarse convertido en un repugnante escarabajo. El descarnado libro, casi llora de la emoción mientras nos contaba el proceso psicológico del insecto y yo sólo podía odiarlo. Sabía que pronto sería mi turno. Sólo faltaba yo. Fantaseaba por las noches, imaginando la historia que yacía dormida dentro de mí. Sentía las letras palpitar en mis hojas. Las sentía temblando de ansiedad y temblaba yo con ellas. Ardía de fiebre, de emoción y  de frustración. Sudaba frío durante el día si escuchaba una puerta abrirse y maldecía a todo y a todos si llegaba la noche de nuevo.
No se cuanto tiempo estuve en ese trance, enfermo de celos y envidia, de odio y desprecio. Un día entró Don Miguel a la recámara y yo, seguro de que era mi turno, rompí en un llanto desconsolado. Pronto supe que algo andaba mal. Don Miguel traía cargando una caja. Una caja llena de ejemplares nuevos. “No se olvidará de mi” pensé inútilmente. Pronto el librero se llenó de ruido. Los viejos libros explicándole a los recién llegados el funcionamiento de las cosas. Algunos contaban las historias que yo conocía de memoria. Vi a los nuevos ejemplares y me sentí viejo. Vi sus páginas blancas relucientes y sus portadas modernas y  entonces supe que nunca sería leído. Ese día Don Miguel se llevó a uno de los recién llegados. Yo perdí la esperanza y dejé de escuchar sus historias cuando volvían. 
Desde entonces estoy aquí arriba, convencido de la inutilidad de mi existencia. No siento más odio. Las letras de mis páginas han dejado de latir.  El polvo y las polillas han carcomido algunas de mis páginas que ahora se ven amarillentas y cartonescas. El librero se llenó con el paso de los años. Todos somos viejos ahora y disfrutamos de una vejez agradable. Algunos todavía cuentan sus historias, tergiversadas y empobrecidas. He aprendido a apreciar otros aspectos de la existencia. Se ahora que el ser leído no es el fin único. Al estar en uno de los estantes mas altos  puedo ver todo lo que sucede. Desde mi privilegiada posición he visto como el tiempo nos consume a todos. A nosotros y a él. En silencio, como cómplices de un secreto indecible, hemos compartido tiempo y espacio, y hemos sufrido por igual las inclemencias del tiempo. He visto nuestras páginas perder el brillo al igual que sus ojos. He visto nuestras hojas desprendidas en el piso junto a sus cabellos. He visto como se alteran nuestras formas por el clima y lo he visto a él esforzándose por alcanzar estantes que antaño alcanzaba con facilidad. Dudo que a estas alturas del tiempo que hemos compartido, pudiera él  acercarse a rozar el estante en el que yo me encuentro.
Don Miguel se ve muy mal. Han traído una cama extraña a esta recamara, y personas desconocidas lo ayudan a alimentarse y a bañarse. Ya no puede  mantenerse en pie, pero de vez en cuando le pide a la señorita algún libro viejo del librero y llora mientras lee con su único ojo bueno, porque los recuerdos de los tiempos de oro inundan su mente y la mía.

Carlos Ferráez Servín de la Mora

Lo han dicho las olas




“…púsose el sol y sobrevino la oscuridad.
retiráronse entonces a lo más hondo
de la profunda cueva;
y allí, muy juntos,
hallaron en el amor
contentamiento.”

-homero


“…vagamente acaricio tu pelo
derramado en la almohada,
en la penumbra verde
miro con sorpresa mi mano
que chorrea,
y antes de resbalar a tu lado
sé que acaban
de sacarte del agua…”

-julio cortázar






lo han dicho las olas
que lamen la ogigia
que hacer el amor
que contentar los cuerpos
con el amor
que emparejar como maderos
de una balsa dos cuerpos
para navegar entre el llanto
de dos que se despiden
haciéndose el amor
como si con el amor
los cuerpos
se contentaran y no
fuera el amor el mar
y no
fueran mortales
las convulsiones
de esos cuerpos
mojados del sudor
y del espasmo
lo mismo del pubis
marino
que del pecho

que morirse de pena
de amor o
de silencio oceánico
es morirse igual
han dicho las olas
que no se sabe
si lamen la ogigia
o se aman con lo aéreo
de vez en cuando
en la ogigia
o en otras playas
donde dos que se han amado
se despiden
haciéndose el amor
y se hunden las uñas
en las carnes
se hunden enteros
en sus vientres
y en el salitre

así es como se disuelve
entre la espuma
de lo muerto
la inmortal calipso
que entre un empellón
y otro
y entre un sollozo
y un beso
se le ha escurrido
la divinidad por los ojos.

Diego Villaseñor

Cartas marcadas



¿Cuántas veces hemos dejado el alma postrada en un papel? ¿Cuántos borradores se necesitan para plasmar un pensamiento?
No podría tener el dato exacto, pero con toda seguridad, en mi caso, han sido muchas veces.
Y es que no conozco historia de amor que no deje evidencia: en un trozo de papel, una servilleta o, en el peor de los casos, un correo electrónico. Escribir una carta de amor representa la posibilidad de quedarse para siempre aunque ya no se esté. Nos da la opción de decir todo sin ser cuestionados o, al menos, no interrumpidos. Nos permite ser revividos cada que el destinatario quiera y le plazca. Aunque también existe el riesgo de que nuestro sentimiento quede hecho pedazos en un bote de basura o reducido a cenizas (pero eso nunca lo sabremos).
Ahí lo fantástico de las letras; poder crear todo un mundo desde la punta de un bolígrafo como si fuera una “varita mágica”, desencadenar todo un sentimiento desde los ojos del lector sin siquiera intercambiar miradas, crear un escalofrío sin necesidad de un rose de piel, incendiar el alma con tan sólo tinta como combustible, robar un suspiro con la inspiración como arma blanca.
Por eso mi forma de crear un poco de eternidad, de marcar a este mundo, al menos el de una persona, es escribiendo una carta de amor.

J. Arturo López M.
@Verbum_

El peso de las palabras

No sé que buscas que lea de ti, pero haces muy bien tu trabajo.
Solo un detalle corazón, ya no te creo la voz, ya no te creo los ojos
por tantos recuerdos amargos.

Te aseguraste de dejar escuela y fuiste el mejor director.
Hoy no te creo la historia, ni te concedo atención.
Me enseñaste entre tantas mentiras, a leer al mejor cabrón.

Por eso sé que vivido más de loque presumen de mí,
y también menos, de lo que estoy dispuesta a admitir.
Te he llovido más de lo que admito y menos de lo que he llorado,
porque mis nubes no quieren padecer más de ti.

Y aquí entre nos, nos haremos la paz y después la guerra.
Retomaremos el amor y sin éxito, ya muerto, 
despues enterrarlo para pedirnos perdón.

Abrir el infierno, porque eso querido, para ti es indispensable.
No sabes amar sin quemarte, no sabes huir sin quedarte.
Así llegarás de nuevo, porque solo eso se te da con talento.

Y te he vivido más de lo que digo y lo que escribo,
y menos de lo que creo y estoy dispuesta a admitir.
También lloviendote menos de lo que piensas,
y más de lo que mis aguas hoy se pueden permitir.

También he admitido derrotas que no son mías.
secuelas de tus guerras frías.
Guerras que no he comenzado, 
guerras que nunca he acabado.

Te pienso más de lo que digo y menos de lo que escribo.
Así es esto, yo me escondo entre mis laberintos de silencios obscenos.
Entre mi voz mordiendo mi almohada, 
entre mis ojos tragando sus lágrimas.

Me escondo entre cada letra y me disfrazo de palabras.
Somos daños colaterales de una herida pasada.
Una herida que sigue ardiendo en el fondo de tu mirada.
No ves un alma desnuda, ves desnudas mis palabras.

Somos carne de cañón en el estandarte de tu guerra,
carne supurando dolor hasta el día que te detengas.
No cesará la voz, ni se callarán tus falacias,
si en el silencio de mi voz te empeñas en destrozarla.

Esto no es el eco de mi voz, es el grito de tus mentiras.
Nunca conocí una voz que hiriera con tanta saña,
resultado de su dolor por no saber apagarla.
Nunca conocí dolor más grande que una palabra,
hecha con precisa intención de matar al recordarla.

No te daría de beber ni una sola de las mías,
por el temor a que tú, te encargues de envenenarlas.
No doy eco a mi voz, es mi voz quien se respalda,
con el peso de una pluma y el puño de mi palabra.


Silvia Carbonell L.












Ya no despierto a beso de sol

Ya no despierto a grito de pulmón, es peor, 
despierto con un grito atrapado.
Ya no puedo romper el sueño
y arrastrarme a la realidad de un solo paso.
Despierto con un llanto de dolor,
ése que con agitación, permanece callado.

Estoy tratando de entender
porqué ni en mi espacio se está a salvo.
Tratando de comprender
porqué al cerrar los ojos, estoy a merced de tu daño.

Ya no despierto a beso de sol,
ni despierto al color de las voces de la mañana.
Despierto con el terror de sentir mi voz atrapada.

No sé si será peor, sentir mi llanto amarrado,
ni sé si será peor, abrir los ojos temblando.

Ya no despierto a beso de sol,
ni con la mañana en la mano,
despierto a todo pulmón de un grito de temor,
que mi voz se encuentra asfixiando.

Y quiero recomponer, el temor de mi cuerpo asustado.
Y trato de comprender la confusión que me está generando.

Ya no despiertoa beso de sol,
despierto con el cuerpo agitado.
Tratando de recuperar el control,
que cada pesadilla con tu rostro me está despertando.

Ya no despierto gritando, lo que es peor,
se me ahoga el llanto.
Se me quiebra la voz y el dolor,
en el cuerpo se me queda atrapado.

Ya no despierto a beso de sol,
mis miedos se encuentran llorando.
me consume el dolor, que es real,
lo que me encuentro soñando.


Silvia Carbonell L.


Me quedo con todas las veces

Me quedo con todas las veces que luchamos para conseguirlo. Con todas.
Me quedo con los intentos que en medio del cansancio y la desilusión 
dejaron asomar una nueva oportunidad de caminar juntos.
Con las voces que aún calladas me decían que no dejara de creer 
que eras y eres lo que aún dudas que exista en ti.

Me quedo con los sueños sostenidos que por lo menos no te llevaste.
Me quedo contigo aunque tú te hayas ido, 
porque me dejas lo mejor de ti sin saberlo ni apreciarlo.
Y no lo sabes pero me llevaste contigo. 
En esa pequeña parte de tu mente y tus recuerdos 
que no deja de pensar en mí.

Me quedo con tus sueños, también los elegiste míos. 
Me quedo con tus ganas de dejar huella en el camino.
Te dejo de mí, espero, un poco del mundo que lograste ver a través de mis ojos. 
Deseando que todo lo logres desde lo más profundo de mi corazón.

Me quedo la poca dicha que me regalaste. 
Me la gané, luché como nadie por ella cada día. 
Aún contra el viento y tu propia marea.
Te dejo mis ojos, esperando que algún día te mires como yo lo hacía. 
Nunca vi una derrota de ti en ellos. Te regalo con ello, un espejo en mi mirada.

Me quedé con tu risa y con los ecos con los que pintaste las paredes con tu voz.
Tu sonrisa que me acompañó cada noche que cerré los ojos 
triste sin saber dónde pasabas un mal día. Se quedó conmigo para abrazarme cuando nadie más lo hacía, mientras me escabullía del mundo y sus ruidos externos.

Me quedé con todo ese mar con el que llenaste mis aguas. 
Hoy tiene nombre, tiene rostro y tiene alma.
También me dejaste tu silencio. 
Ese lo guardo muy dentro, y lo saco solamente cuando deseo olvidar tantas palabras endurecidas y marcadas.

No sé que tanto nos dijimos, pero quédate con lo bueno, con lo que nunca te haga daño.
Quédate con todas las posibilidades de todas las realidades que saboreamos alternas.
Tal vez una de ellas, no haya abandonado tu camino y te siga esperando para tomar de tu mano y no dejarte continuar dormido.

No te quedes con la herida abierta de las palabras que tú mismo construiste para lastimarnos.
Y por favor, si algún día cruzas por accidente mi camino, 
no me hagas herida que a pesar de todo aún camino con vida.
No me rompas más de lo que me rompieron tus ojos, 
porque no quedarían trozos de mí. Quedaría polvo.

No me dejes caer una vez más, porque aunque fuera a tus brazos, 
no es ahí donde me llevarías, sino me arrastrarías hasta el fondo.
Me arrojarías al vacío, hasta morder mi propio polvo 
y ese polvo ya no puedo ni quiero volver a probarlo.

No me hagas pedazos, porque todos los espacios donde estuve aún me siguen esperando.
No me apagues en vida, que este corazón con su cuerpo, aún sigue respirando.
No me quites lo mejor de ti porque lo guardé lejos, muy lejos, 
donde incluso tú, no puedas hacerle daño.


No me apagues el alma vida, porque apagarías mis palabras 
y cada letra quedaría sin dueño, a la deriva, como un pájaro sin alas.
No me arranques el corazón porque me dejarías sin voz 
y sin estas manos para escribirte todo lo que de ti he amado.
Me llenarías de dolor y lo que es peor, aún me dejarías respirando.


Silvia Carbonell L.





One Love


Abre los ojos; en todos lados hay señales.

Ana R.



Nudos


Llevó mis 25 años de entrenamiento en hacer nudos cada año más difíciles, cada año un nuevo nudo con otro tipo de cuerda, nudos chinos marinos, de agujetas para botas, militares, y los más difíciles los nudos en la garganta.

Luego cuando cumplí 20 años me di cuenta que ya sabía hacer todos los nudos, inclusive inventé uno para los audífonos y así evitar que no se hicieran más nudos, que chistoso un nudo para evitar nudos, en fin, a los 20 me vi rodeado de nudos, mi vida eran los nudos, así que puse una tienda para hacer nudos personalizados. La gente venia a mi paraa que les diera clases de nudos indesatables y usarlos para resolver sus vidas. No me daba cuenta de que los estaba atando con todas sus fuerzas a algo que no querían para siempre, ellos se ataban a sus parejas en busca de un amor más libre, ataban a sus hijos para que no se cayeran y estos nunca caminaron, amarraron su vida a la tierra y nunca sus almas volaron.

Un año después cerré todo, no hice más nudos, ni si quiera usaba agujetas, empecé a caminar descalzo, y así comencé a desatar todos los nudos de mi hogar: quité cortinas de las ventanas, me deshice de los cables de aparatos que ya no necesitaba, me rapé y descubrí los nudos gramaticales y los resolví, al final sólo me faltaba desatar el gran nudo que llevaba en la garganta y ese mi estimado lector ha sido más difícil que el nudo de corbata.