Cada vez que lo veo se me tuercen las tripas, me tiembla el
cuerpo de ira contenida, camina como si su madre le hubiera hecho un favor al
mundo al parirlo, su cabello está impecablemente peinado hacia atrás, viste
siempre bien, con pantalones casuales y camisas de diseños modernos, sus
zapatos están siempre bien lustrados, habla bajo, sin muchos matices y sin
grandes aspavientos, tiene una sonrisa bonita, discreta, que a ella y a otras les
encanta, en su bolsillo trasero siempre una cartera dispuesta a suplir su poca
sapiencia.
El grupo de amigos vamos todos contentos, atrás quedan el bar, su música y
ambiente. Delante de todos, van ellos dos tomados de la mano, ella de manera
infantil balancea las manos como si formaran un columpio, sus pasos son lentos
al igual que los nuestros, somos los de atrás, el grupo de ovejas que sigue a
sus líderes. Fumamos y cantamos sin una gota de licor en las venas; a las
tardeadas de chicos no les está permitido el alcohol.
Me integré a ese grupo tan solo por ella, desde el primer momento que la vi
deseé conocerla, en la primera ocasión no fue posible acercarme a ella, era una
fiesta y me conformé con verla. Más en la siguiente, no tuve salvación, hice el
primer movimiento, me presenté ante ella, sin más ni más. Desde el principio,
algo en mí le llamó la atención, quizás fue que se dio cuenta que no me rendía fácilmente
ante sus encantos. Su mirada y sonrisa gozan de una innata coquetería, aunque
no diga nada parece que lo sabe todo, y cuando dice algo parece conservar
siempre un as bajo la manga, para ganar cualquier partida que le resulte
adversa, desde el principio me ha gustado retarla, provocarle desatinos y
nuestras discusiones llegaban a ser largas y acaloradas, causando la diversión
de todos, pero me estoy adelantando a los hechos.
Ese día que nos presentamos, terminé aceptando su invitación a salir en la
noche con ella y sus amigos, lo que nunca me aclaró fue la existencia del tipo,
que a partir de ese momento, fue el que mas aborrecí en mi vida. Quizás si lo
hubiese sabido, no habría continuado con su amistad, ni habría pasado todos
esos meses gravitando a su derredor, esperando una separación que nunca
llegaba. Es una vanidosa, una abeja reina que gusta de tener a todos contentos,
cuando siente que me alejo y que estoy por mandarla al infierno, encuentra la
manera de darme esperanzas, a veces una charla que se prolonga por horas, otras
veces un sutil flirteo que por días me mantiene despierto, otras veces son sus
llamadas pruebas para conocer el alcance de un amor que le ofrezco y siempre
rechaza, le gusta jugar con fuego y no quemarse jamás. Tiene en el silencio el
arma perfecta; si se sabe sin argumentos, orgullosa, se calla mostrándose
entonces como victima ofendida.
Así entonces, no puedo menos que preguntarme ¿cómo le hacía este infeliz
para tenerla contenta?, me parece que eran la diferencia de edades, el
presentarse a todos lados como figurín impecable, con el dinero que a todos
adolescentes nos faltaba, la seguridad y el estatus que le transmitía a ella
como novia del macho alfa, esas eran si duda sus armas. Pero después de un
tiempo, un ojo cínico como el mío, se daba cuenta que todo era pose, una
fachada, en realidad era uno de esos seres que hacen del silencio su mejor
arma, de los que callan para parecer sabios y no hablan para no parecer tontos.
Sin embargo ella así lo aceptaba, aunque no tuviera grandes dotes para la
charla ni un chispeante sentido del humor o inteligencia, aunque la palabra
autenticidad la conociera solo por el diccionario, ahí estaba ella, dándole sus
besos, bailando con él y sonriéndole todo el tiempo, dejando claro que era el
dueño de sus escarceos.
Los celos me quemaban el corazón cada semana, no sé cómo podía pasar por la
misma situación una y otra vez. Tan solo por ese temple, por ese estoicismo de
amante secreto me gané el cariño y el respeto del grupo completo. Hubo
ocasiones que a la cita falté, prometiéndome siempre nunca más volver, más con
mi ausencia, la esperanza renacía en mi pecho y con mil argumentos tiraba una
vez más mis incipientes defensas y volvía de nuevo a desearla en silencio, a
caminar detrás de ellos, soñando despierto.
Renko
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