Le escribo a ese que dejaste olvidado en el camino. A ese fantasma que se resiste al exorcismo y que arrastra sus cadenas en mi oído.
Le llamo a ese que no está; le grito a la sombra en el piso que ocupa tu lugar desde que moriste, como si alguna vez hubieses sido verdad.
Me busco entre los escombros como los perros de rescate; me sé cayendo en la asfixia bajo los dos pisos de la casa que una vez imaginamos.
Ya no éramos los mismos dos que partieron sin miedo, con el viento en la espalda. Ya no eras ni el polvo en el zapato del que conocí.
Ya no eras.
Lo digo con la confianza que da la total ausencia de encanto. Quizá, y simplemente, nunca fuiste.
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