OLOR A SANGRE EN LA HABITACIÓN
Cerró los ojos y los abrió, cerró los ojos y los abrió, cerró los ojos y todo empezó; lo que había vivido era un ensayo, su imaginación. Abrió los ojos y todo era de otro color, de otro olor, de otro sabor, otra tradición. Lo desconocido se hacía conocido, la fantasía se hacía realidad, los ecos regresaban a su lugar y las risas empezaron a sonar.
Todo llevaba nuevo color, color a rosas de tradición olor a sangre en la habitación, respiros cerca de su mentón. Ventanas negras, negro color, color a noche con su panteón. Aullidos cerca de su paisaje, aullidos muertos de un cadáver.
El olor era parecido a algo anterior, pero era una nueva sensación. Olor a tierra mojada pero marrón, repleta de sangre por montón. Lo más curioso era la sensación, hacía frío en ese lugar, con un foco inmenso redondo brillante, la casa estaba sin techo y espeluznante.
Crujía el piso al caminar y sin embargo en ese lugar, el joven hombre paralizado estaba. Y sus temblores no dejan mentir, que una sombra que no es la suya se encontraba ahí. En sus adentros se repetía: "No es una sombra, es cosa mía, todo difunto jamás se mueve, bajo la tierra que lo sostiene."
El viento rompe todo silencio, el frío intenso se viene dentro, y mientras sus rostro desesperado busca una puerta, no le responden las piernas mientras se acerca, aquella sombra fría y obscura que le sofoca hasta la locura.
Su mente quería deshacerse de ella, pero su alma no lo dejaba más que pensar en esa, en esa sombra que era ajena, que lo seducía con su silueta. Sus piernas temblorosas subieron las escaleras, llegó de nuevo a la roja habitación, y ese olor a tierra mojada lo provocó, un olor a celo con sangre lo conquistó.
Entre las ganas y su temor, todo su rostro se deshacía, entre la lucha que se libraba, no había en su mente peor batalla.
Entre su miedo por escapar, ahogó su grito de soledad, y aunque ya nadie lo escuchaba, solo la sombra le susurraba, era su miedo y la pasión que despertaba en la habitación, olor a sangre con ropa vieja y una sábana con cadenas.
Los aullidos eran más fuertes, era su lucha y su excitación, llegó el clímax y el hombre al orgasmo llegó. Todo era silencio después de ese último aullido, sólo estaban presentes el viento y el frío. Cerró los ojos y los abrió, cerró los ojos y los abrió, cerró los ojos y las puertas se abrieron de par en par.
La muerte misma en ese lugar, venía por el joven desaliñado, en su lujuria quedó atrapado, por una parca que lo esperaba, después de amar a la condenada. Un alma en pena él se folló en aquella obscura habitación, un alma negra con gran violencia, que descarnaba al que lo tocaba. En su desdicha no se fijó, qué sentencia de muerte él le formó, porque a la hora de fornicar, la muerte misma tomó lugar.
Ya no hacía frío, ni calor, ya no sentía ese dolor o excitación, sólo arrepentimiento sentía por acostarse con la muerte, que rápidamente acabó con su suerte. El único consuelo que encontró es que se encontró con viejos conocidos.
Pobre ignorante murió de frío, en su premura del acostón, olvidó lamentos en la habitación, así escuchándose cada noche, esos gemidos de escalofrío y de dolor.
Por Silvia Carbonell y Pepe Aguilar Alcántara
@ShivisC y @PepeAA
Cerró los ojos y los abrió, cerró los ojos y los abrió, cerró los ojos y todo empezó; lo que había vivido era un ensayo, su imaginación. Abrió los ojos y todo era de otro color, de otro olor, de otro sabor, otra tradición. Lo desconocido se hacía conocido, la fantasía se hacía realidad, los ecos regresaban a su lugar y las risas empezaron a sonar.
Todo llevaba nuevo color, color a rosas de tradición olor a sangre en la habitación, respiros cerca de su mentón. Ventanas negras, negro color, color a noche con su panteón. Aullidos cerca de su paisaje, aullidos muertos de un cadáver.
El olor era parecido a algo anterior, pero era una nueva sensación. Olor a tierra mojada pero marrón, repleta de sangre por montón. Lo más curioso era la sensación, hacía frío en ese lugar, con un foco inmenso redondo brillante, la casa estaba sin techo y espeluznante.
Crujía el piso al caminar y sin embargo en ese lugar, el joven hombre paralizado estaba. Y sus temblores no dejan mentir, que una sombra que no es la suya se encontraba ahí. En sus adentros se repetía: "No es una sombra, es cosa mía, todo difunto jamás se mueve, bajo la tierra que lo sostiene."
El viento rompe todo silencio, el frío intenso se viene dentro, y mientras sus rostro desesperado busca una puerta, no le responden las piernas mientras se acerca, aquella sombra fría y obscura que le sofoca hasta la locura.
Su mente quería deshacerse de ella, pero su alma no lo dejaba más que pensar en esa, en esa sombra que era ajena, que lo seducía con su silueta. Sus piernas temblorosas subieron las escaleras, llegó de nuevo a la roja habitación, y ese olor a tierra mojada lo provocó, un olor a celo con sangre lo conquistó.
Entre las ganas y su temor, todo su rostro se deshacía, entre la lucha que se libraba, no había en su mente peor batalla.
Entre su miedo por escapar, ahogó su grito de soledad, y aunque ya nadie lo escuchaba, solo la sombra le susurraba, era su miedo y la pasión que despertaba en la habitación, olor a sangre con ropa vieja y una sábana con cadenas.
Los aullidos eran más fuertes, era su lucha y su excitación, llegó el clímax y el hombre al orgasmo llegó. Todo era silencio después de ese último aullido, sólo estaban presentes el viento y el frío. Cerró los ojos y los abrió, cerró los ojos y los abrió, cerró los ojos y las puertas se abrieron de par en par.
La muerte misma en ese lugar, venía por el joven desaliñado, en su lujuria quedó atrapado, por una parca que lo esperaba, después de amar a la condenada. Un alma en pena él se folló en aquella obscura habitación, un alma negra con gran violencia, que descarnaba al que lo tocaba. En su desdicha no se fijó, qué sentencia de muerte él le formó, porque a la hora de fornicar, la muerte misma tomó lugar.
Ya no hacía frío, ni calor, ya no sentía ese dolor o excitación, sólo arrepentimiento sentía por acostarse con la muerte, que rápidamente acabó con su suerte. El único consuelo que encontró es que se encontró con viejos conocidos.
Pobre ignorante murió de frío, en su premura del acostón, olvidó lamentos en la habitación, así escuchándose cada noche, esos gemidos de escalofrío y de dolor.
Por Silvia Carbonell y Pepe Aguilar Alcántara
@ShivisC y @PepeAA