Habría que hablar de él como el filo del precipicio; el borde o el abismo.
Y de las miradas intensas llenas de luz y noche; una que se esconde bajo la falda,
repta entre murmullos y se convierte en abrazo,
en caricia retorcida,
en volcán lleno de sangre,
en sudor perlando la frente.
Habría que hablar de la distancia bebiéndonos lento,
del corazón que de lleno se derrama entre las piernas,
del golpe de agua que erosiona el cuerpo, el pecho y la palabra,
de la ciudad que parece llenarse con su presencia,
de la voz que está en movimiento y permanece líquida,
de la lágrima que nadie escucha, y del mar que baila en la memoria,
y de las horas, tantas que se amontonan en la arena;
arena que se cuela entre los huesos y muerde,
y lacera vibrante con la piel llena de heridas.
También habría que hablar de la cicatriz que respira entre cada llaga,
de la fractura llena de vacíos,
del espejismo que no va a ningún lado;
tan fugaz como hilos de sed pintando el paisaje.
Habría que hablar de las lenguas bífidas probando el aroma lleno de siempres.
Y de horizontes; habría que hablar de horizontes.
Y hablar de los quizás que serpentean poblando las cejas.
De la mano que sujeta mi vida.
De la angustia que se esconde en la garganta,
y del sueño;
el sueño que vive en mí.
Alma E. Palma