La conocí un verano en uno de esos lugares donde se fuma y se toma en exceso…
y que en ocasiones también sirven para bailar y conseguir sexo. Esa
noche yo vestía unos jeans azules y una camisa negra ligeramente abierta
del pecho, y estaba listo para matar… para matar el alcohol, que estaba
acabando con todos mis amigos. Su rostro era vivaz, con unas pecas
exquisitas en el puente de la nariz. Me di cuenta que poseía una
bellísima sonrisa, tan grande que apenas le cabía en el pecho, así que
cuando me acerqué a ella, evité mirarle la enorme sonrisa, que sin duda,
sería su karma andar con montones de hombres babeando por sus pechos.
Me concentré en sus ojos, alegres y coquetos, y puse pica-dientes
invisibles en mis ojos para no bajar la mirada. Nos caímos bien desde el
principio, ella risueña y yo tan coqueto, jugando el viejo e inofensivo
juego del flirteo sin muertos. Llevar las cosas más lejos habría sido
mucha suerte, yo no estaba en condiciones ni de sacar una recta a
primera, mucho menos de batear todo el juego.
La siguiente vez que nos vimos, como todo caballero me disculpé por
las idioteces que había dicho escudado en el vodka, y seguí con el
juego, ella a reír de mis insinuaciones y yo a que no me la tomaba en
serio. Bailamos algunas piezas, nos reímos juntos y me llevé de trofeo
su número de celular y la posibilidad de una cita. Nos vimos en otra
ocasión más, ésta vez fue en un restaurant de Sushi, lejos del humo, las
penumbras y el ruido, siendo más ella y siendo más yo. Me caía bien y
que me cayera encima estaría aun más que perfecto; sin embargo, la fruta
aun no se hallaba en su punto. Se requirió una salida más, esta vez al
cine, una película cuidadosamente seleccionada, un buen horario y
disfrutar del momento. A esas alturas, ya había habido varios avances,
había tomado su mano, la había besado y realizado el recorrido a besos
hasta su cuello. Hoy planeaba probar sus labios gruesos.
Durante la película le besé en varias ocasiones la mano y su blusa
sin mangas, facilitaba el resto, besé sus brazos y su cuello
seductoramente, hasta que sus labios se voltearon y se prendieron
desesperados a los míos, fue un beso intenso, caliente, de esos que
contienen el aliento y son el principio del fin. Terminamos la película,
con los labios hinchados y las ansias enfebrecidas. Nos dirigimos a mi
departamento, en ese silencio que lo dice todo. Al trasponer la puerta,
la tomé por la cintura y la besé, largo e intenso, disfrutando sus
labios, bebiéndome su aliento y pegándomela al pecho. Acaricié su nuca,
su espalda y su talle, sin dejar de besarla, sin dejar de explorarla.
Ella como gatita en su primer caza, temblaba y correspondía con chupadas
en mi cuello, con besos en las orejas y pegándose contra mi centro. Mi
mano removió el broche doble de su sacrificado Bra y por fin, mi otra
mano se lanzó a descubierto, acaricié sus divinos y secretamente
deseados atributos, palpándolos suavemente, reconociéndolos y
presentándoles las puntas de mis dedos, rindiéndoles tributo con mis
labios húmedos y ardientes. Besarla sin dejar de acariciarla.
Acariciarla sin dejar de explorarla. Explorarla sin dejar de quitarle la
ropa. Mis manos la tomaron de la cadera, como tenazas de hierro al rojo
vivo, la jalé hacia mí para besarle el vientre, besarla más y más
abajo, conforme bajaban mis manos, acariciando sus montes, recorriendo
sus piernas, mientras mi boca se aventuraba inquieta, perturbándola
toda. La besé íntimamente a través de la panty, mojándole la tela,
mezclando mi aliento con el vapor de su sexo, juntando mi saliva con el
agua de su cueva.
Poco a poco, fui subiendo de regreso, hasta llegar a su boca, para
tomarla de nuevo, besando sus mejillas, sus ojos, mordiendo y chupando
sus labios e introduciendo mi lengua en su boca, mientras mis dedos
reproducían, más abajo, el mismo movimiento Un gemido quedo recompensó
mis esfuerzos, un mar de Amor se soltó entre mis dedos. La acaricié
lentamente, entrando y saliendo, acostumbrando su interior a la ternura
invasora de mis dedos, mi mano masajeaba su monte, a la vez que mis
dedos la jalaban por dentro, acariciando paulatinamente más intenso, más
rápido, más ardiente… un grito y una mordida en mi cuello, sus piernas
tiesas, encerrando mis dedos, ahorcándolos en su agonía y endureciendo a
más no poder mi deseo.
La seguí besando, otra vez dulce, otra vez lento, su rostro tenía ese
hermoso color carmesí del orgasmo robado. Sus manos empezaron a
corresponder mis besos, acariciando mi pecho, jugando con sus vellos,
zambullendo sus puntas entre ellos, nadando por debajo para salir más
delante inquietos. Besó mi cuello, chupó mi piel, rozó su nariz en mi
ombligo y me brindó la feliz certeza que chuparía mis anhelos. Sus
labios se cerraron con delicadeza en la punta, apretando solo lo
suficiente para retenerla, mientras su lengua acariciaba su barbilla,
humedeciendo todo su largo conforme mi carne se perdía, atravesando el
puente al infinito de su boca. Me tomó, como solo una mujer agradecida
sabe hacerlo, prodigándome ternura, intensidad y cero cordura. Con gusto
la habría dejado coronar su tesitura, pero eso no estaba en mis planes
para ese momento. Con suavidad la retiré de mi adorado tormento, y la
fui moviendo a besos a la recámara, en el camino retiré las poca prendas
que le quedaban puestas, y la deposité en el borde de la cama.
Separé las puertas
del paraíso y la bebí, con toda la intensidad de la primera vez
largamente esperada, bebiéndome sus jugos, explorando su interior con mi
lengua, aprendiendo sus sonidos, separando aquí, chupando allá,
lamiendo mucho aquí y haciéndola gemir mucho más allá. Una nueva oleada
llegó, una marea alta que mantuve por varios instantes, haciéndola
subir, bajar y volver a caer, hasta que entre jadeos me pidió la tomara.
La tomé de las manos y la puse en pie, a la vez que me sentaba en la
orilla de la cama. La jalé con ternura, con el pretexto de besar su
vientre, de lamer sus pechos, mientras mis piernas emboscaban las suyas,
separándolas e introduciéndose entre ellas. Me levanté un poco para
abrazarla y la levanté en vilo, para terminar sentado yo en la cama,
sentada ella en mis piernas, entregándose a mi sitio, permitiendo la
invasión de mi caballería. Me introduje lentamente, saboreando ese
primer instante dentro de una piel ajena, resbalando hacia el fondo,
abriendo camino. Sus brazos se cerraron en mi nuca, preparándose para la
danza eterna, mis manos la tomaron de la cadera y la jalaron para la
embestida final, hasta chocar con pared, y luego iniciar un vaivén
corto, mojándome la hombría, disfrutando mi carne dentro. La hice girar
en el sentido de las manecillas del reloj, sintiendo su monte tallándose
en mi monte, profundamente unidos, pecho con pecho, vientre con
vientre, sexo, con sexo. Su interior era 3 veces más hirviente que su
boca, más húmedo y acogedor, por lo que salir para volver a entrar, era
un suplicio y un goce alternos. El vaivén fue subiendo de ritmo, a la
velocidad del subir y bajar de sus pechos, le susurré al oído, cuanto
había esperado ese momento, le besé las orejas y seguí declarándole esas
palabras que solo en esos momento hayan salida. Mis embates eran cada
vez más fuertes, ella correspondía, impulsándose a ratos pisando el
borde de la cama, tallándose, apretándome, clavando sus uñas en mi
espalda, como yo clavaba mis ansias en su cuerpo. La sentí estremecerse,
trabajar en la cresta, y me mantuve firme, duro para su placer y
sorpresa, una, dos, tres veces, nuestros cuerpos ya mojados, mi carne
más que dispuesta, la abracé fuertemente y me puse en pie, cargándola de
las piernas que se aferraban a mis brazos, y tracé círculos con su sexo
sobre mi sexo, la penetré duro y sin descanso, hasta alcanzar el cenit
de mi placer y derramar mis deseos en mi amigo de látex, la oí balbucear
que no se lo imaginaba tan intenso, sin soltarla nos dejamos caer en la
cama abandonándonos poco a poco al descenso. La besé dulcemente, y nos
quedamos abrazados, dejando que la respiración se normalizara, que las
aguas volvieran a su cauce y los pudores hicieran su entrada. Nos
vestimos al poco rato y cenamos tinto, jamón, queso y otra vez sexo.
Renko
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