He visto nacer capullos de rosa, orugas mutando en mariposa, y hasta un pino que plantamos en Saladillo. Nacieron hijos de amigos, y hasta los hijos de otros hijos tuvieron los suyos propios, y yo también los vi. Pero hasta hoy, nunca había visto nacer una pared. Eso nació entre nosotros. Me gustaría negarlo, pero ¡mírala! con su incipiente hilera de ladrillos asomando, y balbuceando sus primeras incongruencias.
A diario la veo crecer, y me pregunto si también la verás. O si al menos notas que estás dejando de verme, porque ¡tiene un ímpetu! está llegando a mis rodillas ya. Persistente y silenciosa, va delimitando mis mares de los tuyos, tus sueños de los míos, y viceversa.
Duele verla, y sin embargo, ya no sé si es mejor tratar de derribarla a puñetazos, o pasarle una manito de olvido, y dejar que empecinada nos termine de dividir en dos.
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