En el comienzo eran solamente un puñado de gente construyendo aldeas, puentes, y más tarde edificaciones inimaginables, sin otro motivo más que el de demostrarse que podían. Como toda élite de raza inteligente, siempre quiso más, y por quererlo, más conseguía. Un día construyeron una nave, tan poderosa que podía llegar hasta otros planetas sin complicaciones. Cuando perfeccionaron sus técnicas, las hicieron perfectas.
Y se fueron. Un martes. Los trece.
Quienes se quedaron eran simples agricultores, y pensaron que los que se habían ido eran sus dioses, porque cuando regresaban, también retornaba el buen clima, y las cosechas mejoraban. Entonces erigieron altares para hacer sacrificios a sus dioses, e inventaron plegarias para adorarlos. Cuando algo malo les pasaba, era porque sus dioses estaban furiosos, entonces también encontraron la forma de castigarse.
Aún hoy miramos al cielo esperando encontrarlos. Temiendo que vuelvan. Deseándolo. Nosotros, los que aún temblamos cada martes 13.
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