Santa me trajo de regalo un libro y, entre sus hojas, las entradas para el primer concierto de “Dos pájaros contraatacan”. Sabina y Serrat volvían a Argentina. Comenzaban la gira en Salta, aquí cerquita, a sólo 150 km. de distancia. Le dije a mi vieja “vamos, es el 5 de marzo y me gustaría que me acompañaras”.
Y llegó el día. Subimos al coche y nos pusimos en marcha. Como no podía ser de otra manera con la música de fondo adecuada. Llegamos al estadio Delmi con tiempo de sobra. Nos ubicamos en nuestros lugares y, mientras charlábamos, vimos como poco a poco el lugar se llenaba. La mayoría eran personas de entre 25 y 35 años, aunque no faltaban las cabezas llenas de canas y las muchachitas con sus novios de barba rala. Estábamos en pleno verano y el calor era sofocante. Aquí y allá todos se abanicaban con las entradas. La espera fue corta, pero la ansiedad larga.
Y por fin se apagaron las luces y empezó a iluminarse el escenario. Y aparecieron primero los pájaros y luego los señores con sus sonrisas de chavales. Se nota que les gusta esto, cantar juntos no es un trabajo, es un juego. Apenas comenzó a cantar Serrat se hicieron evidentes los problemas de sonido que los acompañarían todo el concierto. Pero esto nos los amilanó ni mucho menos. Hicieron gala de los años que acumulan sobre los escenarios, entre risas y juegos cantaron y cantaron, a pesar de los problemas de sonido y del calor. Ellos cantaron y nosotros deliramos, en silencio durante los nuevos temas y cantando más fuerte que ellos en los clásicos. Tres horas duró la función a la que no le faltó nada. Pasada la una de la mañana se despidieron y sé que se quedaron con ganas. Con ganas de más, igual que todos los que volvimos a casa, coreando en silencio o a los cuatro vientos la alegría que esos dos señores prometían y que finalmente entregaron.
Rubén Ochoa
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