martes, 13 de marzo de 2012

Crucemos

—¿Te gusta que el viento despeine las canas que aún no tienes o prefieres la comodidad de un peinado silente?

—Prefiero un viento que me eleve, alto y fuerte, como si fuera una cometa con muchos colores y ganas de verte.

—La pregunta venía de lado, como un cangrejo habituado al acercamiento silencioso. Pero cambiemos de tema, ¿te parece vernos si llueve?

—Sí, llueve. De este lado de mi cielo ya empezaron las nubes a agruparse, a tronar y deshacerse. ¿Todavía sales sin paraguas?

—Ya no salgo con el paraguas, ahora el paraguas sale conmigo. Dice que, si no me lleva de la mano, corro peligro. Ya ves, me atormenta.

—Sí, ya sé. También sé que la misa es a la una. ¿Has notado cómo la luz es más brillante en tiempos de oscuridad?

—Qué pregunta más oscura, a pesar del brillo y de la luna. Dijiste misa y pensé en escaparme, pero te espero en mi esquina, o en la tuya.

—Las esquinas me ponen nerviosa. Si no están empezando, terminan. Pero uno nunca sabe.

—Siempre pensé que las esquinas estaban quietas, y que eran los caminos los que se cruzaban recriminándoles la treta, tirándoles las orejas.

—Los caminos no se cruzan: más bien hay que cruzarlos. Porque a veces no hay caminos. Como ese en que nos encontramos.

—Si cruzo primero, me devoran los lobos que llevo adentro. Si cruzas primero, no tendremos el mismo enero. ¿Cruzamos juntos?

—Crucemos. Pero deja el paraguas y toma mi mano. Te prometo que no me caigo.

1 comentarios:

  1. Esto es lo más cuerdo que, romántico y metafísico que he leído en días.

    Abrazos a los dos.

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