Hágase mi sed me dije, y entonces
surgiste tú de la nada.
Sin saber si eras producto de mi
necesidad de padecer de piel,
o de mi necedad de morir ahogada.
Y llegaste como tempestad vaciando
todo vestigio de desierto,
como huracán caminando con los pies
del infierno entre los dedos.
Acabando con toda secuencia lógica de
lo que mi cuerpo había resistido,
con el paso de tantos años y sus daños.
Hágase él mi sed me dije,
que no padezca yo de sequedad entre
mis labios,
que no padezcan mi cuerpo de
desierto,
que no padezca entre mis piernas de
estos males.
Topé con manantiales de abundancia,
de unas manos que al tocar nunca se
cansan.
de jugar con unos dedos que al
rozarte,
tu piel sufre del incendio de
mojarse.
Topé con unos ojos que desnudan,
desde el alma hasta cada espacio que
se calla.
de unas ganas que despojan de tu ropa
todo pudor del cual tu cuerpo se
resguarda.
Caí entre sus ríos y sus mares,
entre abundancia de labios que te marcan.
Caí entre sus besos inmortales,
de esos que al morir, nunca se
marchan.
Me fui de este mundo sucediendo,
al vaivén de sus piernas enlazadas,
me fui el incendio padeciendo
para venirme entre su pelvis y sus
aguas.
Le invité a habitar desde mi espalda,
hasta los bordes de mi muralla acorazada.
Y llegó con su ejército implacable
a romper toda cadena impenetrable.
Nunca supe de más sed que de sus
labios,
cada vez que su boca se apartaba,
nunca tuve necesidad de reprimirme
cada vez que su cuerpo se acercaba.
Me topé con una sed incuestionable,
Que al tocar con sus manos todo lo
marca,
que al morder con sus labios en mi cuerpo,
deja huellas de humedades que te atrapan.
Silvia Carbonell L.