Monólogo con un psicoanalista.
Sé que es vergonzoso pero tengo que decírtelo: anoche tuve un sueño erótico contigo. El problema es que desconozco el protocolo en estos casos, ¿debería contártelo? Si esto no se tratara de ti sin duda te lo contaría, pero en este caso, ¿cómo sabemos que no te lo cuento exclusivamente para provocarte? Sería una táctica mezquina. ¿O me vas a decir que eres capaz de permanecer incólume si te cuento que soñé que me ponía de rodillas frente a ti, te desabrochaba el pantalón y me dedicaba a darte placer hasta te venías en mi boca? No tienes que contestarme, de cualquier manera no te creeré.
Sé lo que estás pensando. Sé que tus estudios te condicionan a creer que esto es una simple transferencia. Quizá deberías de hablarlo con tu psicoanalista: tal vez piensas eso no por lealtad académica sino por inseguridad. Apuesto a que no tienes idea de qué es lo que una chica como yo puede ver en alguien como tú. Pero vamos, este ya es un tema muy masticado, no tiene caso discutir dónde empieza y dónde acaba la legitimidad de lo que siento. Yo sólo sé que esto no es distinto a lo que ocurre afuera. Uno desplaza y significa, uno ama como sabe y como puede y fin del asunto.
El problema es que cuando te miro, te miro triste. Sé que lo vas a negar pero yo te veo tan pero tan triste que siento como si algo se me rompiera por dentro. Me dan ganas de abrazarte, de besarte, de decirte que todo va a estar bien. Y luego pierdes la mirada en el suelo como lo estás haciendo ahora y pienso que quizá mis palabras tienen un eco real en ti y por un instante, por un brevísimo instante, tengo la sensación de no estoy tan loca después de todo y de que tú me entiendes.
Te voy a ser sincera: cuando imagino tu vida imagino una vida catastrófica. Imagino que tienes problemas con tu mujer y que duermes dándole la espalda; imagino que has tenido amantes como yo y que te has venido en sus bocas de la misma forma en la que te veniste en la mía en mi sueño de anoche: con la cabeza hacia atrás, mordiéndote los labios, empujándoles suavemente la cabeza con tus dedos entre su pelo.
Quizá me equivoco y entonces puedes quedarte tranquilo, convencido de que son mis proyecciones, mis deseos inconscientes. Pero supongamos por un segundo que no me equivoco y que llevas ya una mes durmiendo en el sillón o en casa de tu hermana o que simplemente es verdad que eres miserable y que te sientes solo. De cualquier manera no me lo dirás porque no es tu papel, pero yo me iré de aquí y tú te quedarás pensando si es coincidencia o si acaso es verdad que sé mirarte y que de alguna forma difícil de explicar, yo te entiendo.
Pero eso lo pensarás en soledad. Lo pensarás cuando estés en tu cama con las luces apagadas o cuando estés tomando tu café de la mañana con la misma mirada perdida que traías hace rato, antes de que te lo hiciera notar. ¿Y yo? Yo lo seguiré discutiendo por horas en sesión como quien habla con la pared, pero sé que nunca lo trataremos realmente, nunca te sincerarás conmigo, nunca te permitirás tomar en serio lo que digo. ¿Y sabes qué? Eso me jode. Me jode porque no tendríamos por qué vivir tan solos. Me jode porque si estoy enamorada de ti es porque eres lo más cercano que tengo a una compañía, porque me escuchas aunque te pague para eso, porque cuando intervienes siento que mi discurso tiene sentido y porque aunque no te des cuenta, me sonríes con simpatía. Y sin embargo no podemos putas hablar de lo que verdaderamente nos concierne, ¿no te fastidia?
Aunque a lo mejor no «nos» concierne. A lo mejor sí eres feliz después de todo o a lo mejor simplemente no soy tu tipo y te gustan rubias o asiáticas. No lo sé, aunque la verdad lo dudo por pura probabilidad. Una de las consecuencias de ser una histérica honoris causa es que adquieres cierto talento en el arte oscuro de la seducción, tanto que parece actuar por su propia cuenta. Y esa es la razón por la que sabes que no debes corresponderme, ya hemos hablado hasta el hartazgo de mi neurosis y de esa historia vieja: yo he sido deseada por todos los hombres de mi vida incluso antes de que me crecieran los senos y es por eso que confundo sexo con amor y que requiero que todos me deseen.
Así que en tu rechazo está mi formación. Bravo. Debes darme la espalda para que yo pueda devenir sujeto. Lo entiendo. Bajo esa lógica, si me correspondieras me harías un daño irreparable. A decir verdad, tal vez por eso te digo todo lo que te digo, porque sé que no harás nada al respecto. Al final eres un tipo profesional, eso se te nota a leguas. ¿Pero sabes qué? Eso no quita que yo sea real. Esto no quita que mi deseo por ti sea real y que cualquier cosa que puedas sentir por mí, aunque sea empatía, sea también real. Porque no dejamos de ser personas por entrar al consultorio ni dejamos los genitales en nuestras casas. Y porque no es tan sencillo, nunca lo es. Quien crea que puede reducirlo a un mero diagnóstico es un imbécil. Así que por favor —por favor— no seas un imbécil conmigo.
Mariana Pedroza
@nereisima
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