No supe cuándo dejé de ser feliz con lo que me llenaba realmente, no
supe cuándo dejé de sonreír para envolverme en mi sombra, tampoco supe
cuándo comencé a desvanecerme hasta ser un rastro tenue que lentamente
se desvanece con cada ola. No lo supe, hasta que aprendí a tocar mis
profundidades sin miedo de quebrarlas o de perderme dentro de ellas.
Hay tanto que no sé, o quizás sea más creíble afirmar: "no quiero
saber". No lo quiero saber porque me he dado cuenta que a medida que
más sé, menos me sé; la verdad es que prefiero ignorar un montón de
datos tediosos que nada más llenarán mi cabeza, pero me dejaran hueco
por dentro.
Estos últimos días han sido un duelo, porque a veces más que
confrontar nuestros demonios y los infiernos que fabricamos, a veces
también es necesario borrar lo que idealizamos, lo que acuñamos, lo
que afirmamos, lo que negamos; es decir: lo que fuimos. De otra forma
no sólo nos seguiremos perdiendo en el mismo infierno, sino que a su
vez lo haremos tan grande que cubra hasta la felicidad que encontramos
en las pequeñas cosas.
Nadie es capaz de comenzar de nuevo con remanentes de su viejo ser, y
es por eso que cada vez que nos borramos y nos volvemos a escribir;
somos alguien nuevo, alguien con otra perspectiva de las dificultades
que comprenden la cotidianidad y vamos ampliando o cerrando nuestra
visión de nosotros mismos.
Es muy fácil complicarse cuando lo que conocemos no es más que un
disfraz que usamos con la sociedad, y nos negamos a vernos realmente
desde el otro lado del espejo; vernos como nos ve el otro, porque
aunque simulemos ser seres que no somos, de una u otra forma siempre
se asoman las costuras y nos exhiben.
No supe cuándo dejé de parecer y comencé a ser. No lo quiero saber.
Miguel Marcell Guzmán Cortes
@Mars_Galaxy
Blog: La última frontera
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