Nadie nos enseñó a
decir adiós, muchas gracias.
Nadie nos preparó,
nadie supo qué decir
cada que una vida se marchó.
De ahí mi dolor, de
unas voces que se quedaron sin abrir.
El mejor homenaje que
te puedo rendir,
son mis lágrimas
calladas
por un mundo que no
llegaste a tocar con tus propias manos.
Que no llegaste a
contemplar con tus propios ojos.
Que no llegaste a
soñar con tus propios tropiezos.
No sé cuánto más seas
capaz de doler,
pero hoy a una
distancia que para el sol parece un año,
te me haces cercana y
reciente a esta herida que me hace daño.
Partes hacia un nuevo
camino a un año sol, pero te quedas conmigo.
No sé qué hacer con
estos gritos que se quedaron callados.
No sé cómo apagar
estos ecos que se quedaron gritando.
Tal vez lo sé, pero no
hago ruido,
no quiero
despertarlos.
Llorarían mares y lo
que menos necesitas
es más sal corriendo
en las mejillas de tu madre.
Nadie nos enseñó a
decir a Dios, muchas gracias.
Por haberte prestado,
por llegar a casa
y por el corto tiempo
que permaneciste cantando.
(Alyssa K.
10-feb-2012)
Silvia Carbonell L.
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