El adiós, esa
estación de lo que parte. Aparte. El adiós es quien se queda, se queda en ese
movimiento pendular e inverso que marca el ahora en que nos desprendemos, un
marca-libros que recuerda la ausencia de la hoja, de lo extinguido entre las
llamas del recordar.
El paisaje y sus
fauces celestiales alfombradas con los sinuosos bailes de la hojarasca fueron
tragando su silueta, mientras un extraño y lento mundo se balanceaba trazando
un leve arco, marcando la sutil curva invisible en el dolor del instante, una
nostálgica palma que hondea y es mano y
es cuerpo que se aleja hacia adentro, hacia las calles azuladas de la
nostalgia, esa ciudad de seda punzante.
Es adiós que hoy es de bolsillo y
también es libertad, porque la libertad también duele y es en el dolor donde se
logra percibir sus barrotes. Barro las hojas secas y las guardo en la herida.
Aguardo en el secreto entre la herida del filo. En las lagunas otoñales de la
mente. En el viento que la hojarasca se llevó. En el fino hilo infinito que va
bordando la distancia, que va desbordando el vacío.
Así es como
nunca, siempre. Así es como me olvido para recordarte en un intento de ser el
testigo de mi propia ausencia. Sí,
desterrarte del recuerdo porque soy olvido. Así me deshojo en el adiós, como el
árbol de viento que se lleva las hojas, como este otoño que es el adiós en que
nunca te vas.
Alexander Gnomo.
El otoño es solo el principio de otro fin, que volverá, para quedarse en la memoria.
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