Cayó el
invierno en tus ojos y entonces se llenó la calle de los recuerdos de un frío
que congeló la última
imagen de un suspiro aún latente, aún caliente en el
pecho.
Era tu beso,
el último que recuerdo. El que se abrazó a la vida negándose a soltarla. El que
se quedó viviendo entre los labios y el sabor de nuestras noches largas.
El que caía
en el cuerpo como ángel sin alas.
El que movía
al mundo cuando nos quedamos quietos.
El que se
negó a morirse aunque nosotros nos fingimos muertos.
El que se
congeló en el tiempo y nos convirtió de hielo.
Silvia Carbonell
L.
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