“Yo no hablo de venganzas ni
perdones, el olvido es la única venganza y el único perdón.” Jorge Luis Borges
Don Miguel se ve muy mal. Yo lo se por que llevo aquí el tiempo
suficiente para saber ese tipo de cosas. Antes no pasaba un mes sin que alguien
se uniera a nuestras filas. A veces llegaban muy jóvenes, hablando mucho y
con muchas expectativas. Algunas otras llegaba alguien mas viejo, cansado, sin
ganas ya de convivir. Los que llevamos mucho tiempo aquí somos frágiles, o al
menos así nos sentimos. Ahora no viene nadie, ya no se ven pastas nuevas.
Yo llegué aquí en la época de oro. Recuerdo que llegué junto con
muchos otros. Ese día Don Miguel se pasó dos horas acomodándonos, archivándonos
y etiquetándonos. Tan meticuloso él. Recuerdo la expectativa. Cada
determinado tiempo Don Miguel entraba al cuarto, revisaba su inventario y
escogía a alguno de nosotros. Nadie sabía lo que sus páginas contenían hasta
que él, con su único ojo bueno, nos revelaba las historias secretas y los
personajes que en nuestras páginas cobraban vida. El tiempo que
pasaba alguien fuera de los estantes dependía del grosor de cada uno.
Los más esbeltos a veces regresaban el mismo día que eran sacados. Los menos
agraciados físicamente, se podían tardar hasta tres semanas. Todos regresaban
extasiados y contaban con alegría el contenido de sus páginas. Algunos contaban
historias maravillosas sobre ancianos demenciados con
delirios caballerescos. Otros, menos afortunados estaban llenos de gráficas y
estadísticas.
En menos de un año Don Miguel había leído ya a 48 de los 50 que
habíamos llegado juntos. Un día entró a la recámara y se acercó a nosotros.
Dudó unos instantes y tomó al libro que estaba al lado mío; un libro raquítico
de portada muy colorida. Analizó la contra portada y salió de la habitación. Yo,
desilusionado me consolé pensando “Para mañana ya lo habrá terminado”. Y
tenía razón, al día siguiente regresó el esquelético libro y nos contó su
historia. Sus páginas exponían el más inverosímil de los relatos. En
ellas se narraba el infortunio de un hombre que despertó una mañana para
encontrarse convertido en un repugnante escarabajo. El descarnado libro, casi
llora de la emoción mientras nos contaba el proceso psicológico del insecto y
yo sólo podía odiarlo. Sabía que pronto sería mi turno. Sólo faltaba yo.
Fantaseaba por las noches, imaginando la historia que yacía dormida dentro de
mí. Sentía las letras palpitar en mis hojas. Las sentía temblando de ansiedad y
temblaba yo con ellas. Ardía de fiebre, de emoción y de frustración.
Sudaba frío durante el día si escuchaba una puerta abrirse y maldecía a todo y
a todos si llegaba la noche de nuevo.
No se cuanto tiempo estuve en ese trance, enfermo de celos y
envidia, de odio y desprecio. Un día entró Don Miguel a la recámara y yo,
seguro de que era mi turno, rompí en un llanto desconsolado. Pronto supe que
algo andaba mal. Don Miguel traía cargando una caja. Una caja llena de
ejemplares nuevos. “No se olvidará de mi” pensé inútilmente. Pronto el librero
se llenó de ruido. Los viejos libros explicándole a los recién llegados el
funcionamiento de las cosas. Algunos contaban las historias que yo conocía de
memoria. Vi a los nuevos ejemplares y me sentí viejo. Vi sus páginas blancas
relucientes y sus portadas modernas y entonces supe que nunca sería leído. Ese día
Don Miguel se llevó a uno de los recién llegados. Yo perdí la esperanza y dejé
de escuchar sus historias cuando volvían.
Desde entonces estoy aquí arriba, convencido de la inutilidad de
mi existencia. No siento más odio. Las letras de mis páginas han dejado de
latir. El polvo y las polillas han carcomido algunas de mis páginas que
ahora se ven amarillentas y cartonescas. El librero se llenó con el paso de los
años. Todos somos viejos ahora y disfrutamos de una vejez agradable. Algunos
todavía cuentan sus historias, tergiversadas y empobrecidas. He aprendido
a apreciar otros aspectos de la existencia. Se ahora que el ser leído no es el
fin único. Al estar en uno de los estantes mas altos puedo ver todo lo
que sucede. Desde mi privilegiada posición he visto como el tiempo nos consume
a todos. A nosotros y a él. En silencio, como cómplices de un secreto
indecible, hemos compartido tiempo y espacio, y hemos sufrido por igual las
inclemencias del tiempo. He visto nuestras páginas perder el brillo al igual
que sus ojos. He visto nuestras hojas desprendidas en el piso junto a sus
cabellos. He visto como se alteran nuestras formas por el clima y lo he visto a
él esforzándose por alcanzar estantes que antaño alcanzaba con facilidad. Dudo
que a estas alturas del tiempo que hemos compartido, pudiera él acercarse
a rozar el estante en el que yo me encuentro.
Don Miguel se ve muy mal. Han traído una cama extraña a esta
recamara, y personas desconocidas lo ayudan a alimentarse y a bañarse. Ya no
puede mantenerse en pie, pero de vez en cuando le pide a la señorita
algún libro viejo del librero y llora mientras lee con su único ojo bueno,
porque los recuerdos de los tiempos de oro inundan su mente y la mía.
Carlos Ferráez Servín de la Mora
Me encanta la manera como se sintetisa en tan breve espacio desde la alegria, la pasion y las ansias de los libros nuevos hasta la resignacion sobre la inutilidad de la existencia. «El hombre es una pasión inútil.» Jean-Paul Sartre
ResponderEliminar