martes, 26 de febrero de 2013

Los olvidados




Yo no hablo de venganzas ni perdones, el olvido es la única venganza y el único perdón.”  Jorge Luis Borges
Don Miguel se ve muy mal. Yo lo se por que llevo aquí el tiempo suficiente para saber ese tipo de cosas. Antes no pasaba un mes sin que alguien se uniera a nuestras filas. A veces llegaban muy jóvenes, hablando mucho y con muchas expectativas. Algunas otras llegaba alguien mas viejo, cansado, sin ganas ya de convivir. Los que llevamos mucho tiempo aquí somos frágiles, o al menos así nos sentimos. Ahora no viene nadie, ya no se ven pastas nuevas. 
Yo llegué aquí en la época de oro. Recuerdo que llegué junto con muchos otros. Ese día Don Miguel se pasó dos horas acomodándonos, archivándonos y etiquetándonos. Tan meticuloso él. Recuerdo la expectativa. Cada determinado tiempo Don Miguel entraba al cuarto, revisaba su inventario y escogía a alguno de nosotros. Nadie sabía lo que sus páginas contenían hasta que él, con su único ojo bueno, nos revelaba las historias secretas y los personajes que en nuestras páginas cobraban vida. El tiempo que pasaba alguien fuera de los estantes dependía del grosor de cada uno. Los más esbeltos a veces regresaban el mismo día que eran sacados. Los menos agraciados físicamente, se podían tardar hasta tres semanas. Todos regresaban extasiados y contaban con alegría el contenido de sus páginas. Algunos contaban historias maravillosas sobre ancianos demenciados con delirios caballerescos. Otros, menos afortunados estaban llenos de gráficas y estadísticas.
En menos de un año Don Miguel había leído ya a 48 de los 50 que habíamos llegado juntos. Un día entró a la recámara y se acercó a nosotros. Dudó unos instantes y tomó al libro que estaba al lado mío; un libro raquítico de portada muy colorida. Analizó la contra portada y salió de la habitación. Yo,  desilusionado me consolé pensando “Para mañana ya lo habrá terminado”. Y tenía razón, al día siguiente regresó el esquelético libro y nos contó su historia. Sus páginas exponían el más inverosímil  de los relatos. En ellas se narraba el infortunio de un hombre que despertó una mañana para encontrarse convertido en un repugnante escarabajo. El descarnado libro, casi llora de la emoción mientras nos contaba el proceso psicológico del insecto y yo sólo podía odiarlo. Sabía que pronto sería mi turno. Sólo faltaba yo. Fantaseaba por las noches, imaginando la historia que yacía dormida dentro de mí. Sentía las letras palpitar en mis hojas. Las sentía temblando de ansiedad y temblaba yo con ellas. Ardía de fiebre, de emoción y  de frustración. Sudaba frío durante el día si escuchaba una puerta abrirse y maldecía a todo y a todos si llegaba la noche de nuevo.
No se cuanto tiempo estuve en ese trance, enfermo de celos y envidia, de odio y desprecio. Un día entró Don Miguel a la recámara y yo, seguro de que era mi turno, rompí en un llanto desconsolado. Pronto supe que algo andaba mal. Don Miguel traía cargando una caja. Una caja llena de ejemplares nuevos. “No se olvidará de mi” pensé inútilmente. Pronto el librero se llenó de ruido. Los viejos libros explicándole a los recién llegados el funcionamiento de las cosas. Algunos contaban las historias que yo conocía de memoria. Vi a los nuevos ejemplares y me sentí viejo. Vi sus páginas blancas relucientes y sus portadas modernas y  entonces supe que nunca sería leído. Ese día Don Miguel se llevó a uno de los recién llegados. Yo perdí la esperanza y dejé de escuchar sus historias cuando volvían. 
Desde entonces estoy aquí arriba, convencido de la inutilidad de mi existencia. No siento más odio. Las letras de mis páginas han dejado de latir.  El polvo y las polillas han carcomido algunas de mis páginas que ahora se ven amarillentas y cartonescas. El librero se llenó con el paso de los años. Todos somos viejos ahora y disfrutamos de una vejez agradable. Algunos todavía cuentan sus historias, tergiversadas y empobrecidas. He aprendido a apreciar otros aspectos de la existencia. Se ahora que el ser leído no es el fin único. Al estar en uno de los estantes mas altos  puedo ver todo lo que sucede. Desde mi privilegiada posición he visto como el tiempo nos consume a todos. A nosotros y a él. En silencio, como cómplices de un secreto indecible, hemos compartido tiempo y espacio, y hemos sufrido por igual las inclemencias del tiempo. He visto nuestras páginas perder el brillo al igual que sus ojos. He visto nuestras hojas desprendidas en el piso junto a sus cabellos. He visto como se alteran nuestras formas por el clima y lo he visto a él esforzándose por alcanzar estantes que antaño alcanzaba con facilidad. Dudo que a estas alturas del tiempo que hemos compartido, pudiera él  acercarse a rozar el estante en el que yo me encuentro.
Don Miguel se ve muy mal. Han traído una cama extraña a esta recamara, y personas desconocidas lo ayudan a alimentarse y a bañarse. Ya no puede  mantenerse en pie, pero de vez en cuando le pide a la señorita algún libro viejo del librero y llora mientras lee con su único ojo bueno, porque los recuerdos de los tiempos de oro inundan su mente y la mía.

Carlos Ferráez Servín de la Mora

1 comentarios:

  1. Me encanta la manera como se sintetisa en tan breve espacio desde la alegria, la pasion y las ansias de los libros nuevos hasta la resignacion sobre la inutilidad de la existencia. «El hombre es una pasión inútil.» Jean-Paul Sartre

    ResponderEliminar