Voy
a tomarte en la molestia, en ésta que me lleva a ser un par de soles encendidos
por el insomnio. Me asomo a la ventana que da al pasillo que lleva hacia
afuera, ventana que a primera vista sólo da hacia un muro. Murmuro que la noche
cae, pero no, la noche no cae, aterriza como una ciudad sobre otra, entre otra,
calando, acomodándose en cada uno de los rincones que separan al pecho de la
espalda. Creo que jamás se podría comparar a la noche con el olvido, todo lo
contrario, pues ésta ha de ser el más efectivo de los verdugos, incluso ha de
ser puerta franca para todo tipo de vestigio y también testigo de aquellos
amantes que retozan con decoro sobre los trozos de la distancia vencida.
Sólo
soy una orilla que se asoma a este fondo tan libre del pozo, apenas una pena, apenas
una pose, un paso quieto o un quieto de paso. Así es como me aparto del punto
onírico, siendo la vertical quebrada en el intento de describir aquello que
escondió al horizonte, esta ventana-blanco de los recuerdos que ya es cicatriz
a la hora del no dormir.
El reloj sigue enmarcando mi insomnio y seguirá marcándome en el ahora.
Alexander Gómez.
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