¿Cuántas veces hemos dejado el alma postrada en un papel? ¿Cuántos borradores se necesitan para plasmar un pensamiento?
No podría tener el dato exacto, pero con toda seguridad, en mi caso, han sido muchas veces.
Y es que no conozco historia de amor que no deje evidencia: en un trozo de papel, una servilleta o, en el peor de los casos, un correo electrónico. Escribir una carta de amor representa la posibilidad de quedarse para siempre aunque ya no se esté. Nos da la opción de decir todo sin ser cuestionados o, al menos, no interrumpidos. Nos permite ser revividos cada que el destinatario quiera y le plazca. Aunque también existe el riesgo de que nuestro sentimiento quede hecho pedazos en un bote de basura o reducido a cenizas (pero eso nunca lo sabremos).
Ahí lo fantástico de las letras; poder crear todo un mundo desde la punta de un bolígrafo como si fuera una “varita mágica”, desencadenar todo un sentimiento desde los ojos del lector sin siquiera intercambiar miradas, crear un escalofrío sin necesidad de un rose de piel, incendiar el alma con tan sólo tinta como combustible, robar un suspiro con la inspiración como arma blanca.
Por eso mi forma de crear un poco de eternidad, de marcar a este mundo, al menos el de una persona, es escribiendo una carta de amor.
J. Arturo López M.
@Verbum_
0 comentarios:
Publicar un comentario