Siempre fue una estudiante prodigiosa, destacaba en cualquier asignatura y en las actividades extraescolares: Solfeo, Ballet, Pintura; también tomaba clases de matemáticas avanzadas. Todas las esperanzas de su familia estaban puestas en ella, sus orgullosos padres la mostraban en cualquier reunión, ataviada de lacitos como el regalo divino que había supuesto.
La llevaban todos los domingos a la iglesia para que pudiera dar gracias a aquel señor clavado en un crucifijo por haberla dotado de tan magníficos atributos. Ella se sentaba en el banquito junto a sus padres y hermanos, y miraba la figura tallada en madera con compasión; entendía mejor que nadie lo que era sentirse observada fijamente por todos los presentes. Le sucedía en clase, en casa, y sobre todo en las reuniones que sus padres organizaban.
Siempre le tocaba representar alguna pieza maestra al piano, o bailar, o cantar. Deleitar a los concurrentes con sus dulces dotes. Después venía la ronda de cálculo mental: su madre, sentada frente a ella, sujetando la calculadora; y todos los presentes lanzando al aire las más complicadas multiplicaciones, que ella resolvía sin inmutarse, antes de que su madre terminara de teclear todos los números en la exacta máquina.
No comprendía cómo no se aburrían del show, para ella la única diversión de aquellas demostraciones era imaginárselos con cuerpos de animales o con las caras deformadas, como si fueran reflejos de los espejos del laberinto de aquella feria ambulante, en la que estuvieron hace unos años… aquella feria ambulante… ese día sí que fue feliz. Entre globos de colores, algodón de azúcar, gofres de chocolate, payasos, equilibristas, domadores… ¡MAGOS!
¡Oh, la magia! Ese día supo que de mayor sería MAGO, con su chistera, su conejo, palomas… y viendo todos los días la felicidad reflejada en caras desconocidas.
Recuerda como se rieron sus padres de aquella chiquillada: “De mayor quiero ser mago, y viajar de pueblo en pueblo haciendo felices a todos los niños del mundo”. “Tú vales para mucho más que eso”, replicaron sus padres. “Algún día serás doctora en físicas como mínimo, no querrás que te traten nunca como un monito de feria, ¿verdad?”
¿Cómo creían que se sentía Claudia cada vez que exponían su inteligencia ante el reto del cálculo mental, frente a todos los petimetres de sus amigos?
Ester Marfer
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