En mi adolecencia hubo un periodo que me hizo olvidar muchos recuerdos, la mayoría de mi infancia; sin embargo hubo algo que quedó muy presente: La luna solía bailar conmigo.
Nací y viví mi infancia en un pueblo pequeño, el cual no contaba con servicios de agua potable, ni luz. Así que ni pensar en videojuegos, computadores, es más ni televisión. Mis entretenimientos eran salir a correr a la orilla de un riachuelo, tirarle piedras, buscar grillos o hacer casitas en un pedazo de tierra removida, con palos y ramas de arboles. Pero mi preferido era salir por las noches, sobretodo cuando había luna llena, jugar con la luna que siempre me hacía una sombra, la cual yo correteaba e intentaba alcanzar. Empezaba a caminar mirando al cielo y sentía que ella caminaba conmigo, entonces cantaba, levantaba los brazos y empezaba a baliar. Parecía que la luna sonreía, como yo. Y así podría pasar la noche, hasta que invariablemente mi madre me hablaba a la cama, y yo sólo deseaba seguir bailando. Desde entonces siento que la luna se quedó en mi piel.
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