Lo mío nunca fue mirar detrás de las ventanas. Desafiar las líneas que delimitan mi mirada. Desafiar las cortinas que heredé del abuelo del abuelo de René o de Francisco o quizás de sus hermanas. Y sin embargo aquí estoy. Mirando la ventana. O mejor dicho detrás de ella, sin ver nada.
Todo comenzó por culpa de un libro. O de todos los libros que son uno. O quizás son ninguno. Todo comenzó una mañana. Gris y fría o quizás soleada. O quizás fue una tarde. O una noche mientras caminaba. Comenzó porque tenía que comenzar mientras terminaba.
El libro tenía tapas rojas y una ventana que me miraba.
Yo tenía treinta y cuatro años y muchas vacas sagradas.
No sabía que me miraba.
No sabía que la miraba.
No sabíamos nada, nada.
Nos faltaba una coartada.
Miró. Miré. Miramos.
Detrás de mí.
Detrás de la ventana.
Una pregunta esperaba.
Por: Rubén Ochoa
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