Siento esa extraña sensación del olvido, de saber que había algo más ya planteado. Te miro recostada en el borde de la barda y de la tierra, en el principio de la barranca y sus catáceas. Ha comenzado a soplar el viento nocturno ya es notorio el atardecer a nuestro lado izquierdo, hacia donde tu cabeza apunta, el frío se nota en las aureolas de tu pecho, erectas y firmes. Sigues leyendo tu cuerpo con tus manos, cada borde de letra tatuada durante la noche, te lees tocando, te descubres la inmutable historia con las uñas de los dedos, las yemas, la lengua, la planta de los pies.
Te miro y tiemblo, no por frío sino por contención, por tener que detenerme ante el hambre de leerte y re-descubrir una nueva historia en los bordes, en donde no hay letras, en los vacíos que aún no han sido dibujados. Me contengo mientras te miro con letras cicatrizando en tu piel ya poniéndose rojiza, como si estuviese subrayada por las heridas que algún día sanaran.
Eres un libro de piel y carne, llevas una historia que durará toda tu vida más los recuerdos en donde también se grabe. Pienso en tu vida mientras me acerco, en lo escrito, en tu nombre, te leo entre líneas, tu piel fría, tus labios húmedos, tus ojos blancos por la ceguera abiertos, mirándome sin mirarme, tu mano fría comenzando a leerme, buscando mis emociones en mi cara. Nos leemos suavemente con el anverso de nuestras manos, aún te arde el verso en la piel.
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