Anochece, y vuelvo a encontrarme con aquellos ojos que se quedaron en mis recuerdos.
Los mismos que hacen de luz, en el camino que nos lleva de regreso.
Es como si ni tiempo ni distancia hubieran detenido nuestra historia.
Como si el viaje continuara en nuestras miradas entrelazadas.
Veo tu boca, es la misma de siempre; siempre sabiendo que decir, y siempre sabiendo donde estremecer.
Y es aquel temblor que brota de tu piel, que hace que nazca en mí el deseo de habitarte. Te vuelves un peligro constante.
Veo tus manos, son las mismas de siempre; siempre sabiendo donde tocar, y siempre sabiendo donde hacerme morir.
Y mueres en mí, como el incendio que eres, y del momento fortuito que ambos dejamos, quedan los restos del deseo latente.
Los restos, hechos cenizas. Esos vestigios que siempre nos traen de regreso a la piel ya conocida. Tu piel, que ya me sé de memoria.
Amanece, y nos alejamos, nos desprendemos para retornar al viaje, anhelando ver en nuestros ojos el momento aquel, donde todo vuelve a empezar, en nuestros recuerdos, en la misma piel.
Ana Rojas y Ronald Dávila Lara
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