Abrió los ojos.
El cielo estaba sepia, las nubes vislumbraban su textura de plumón que quizás por el tono verde del sol se leían de este color.
La granulosa textura de la arena se impregnó en su piel. Se sintió viva. El agua golpeando sus pies se lo confirmó. Miró sus manos, lo primero que notó fue la palidez que se contrastaba con la liza textura de la novedad.
Cierra los ojos.
Las imágenes comenzaron a caer como en una cascada, tal como la sangre recorre los vasos sanguíneos. Tembló.
La muñeca vestida de negro, sobresalía sobre la tela de florecillas celestes que adornaban la habitación de Julieta. Sobre la cama; su vestido recién lavado, los zapatos aun bajo la cama. La cinta blanca ya había formado un lazo entre sus cabellos, dorados, mestizos, sencillos. Se vistió.
Caminó sutilmente sobre la espalda del caracol que la llevaba de su habitación al living, escalones coloridos. Corredores corredizos, cuadros que hablan, flores que crecen, paredes brillantes. Entró a la cocina, donde el olor a café recién filtrado inundaba todo el lugar; de un salto ocupo su silla, el único espacio vacío en la mesa. Papa en la cabecera, mama aún en la cocina, Justo –su hermano mayor- jugaba con el pan que había tomado forma de avión. Desayunó.
Se levantó de la silla, tal como se sentó – de un salto - y mama ocupo su lugar, Justo destruyo el avión, de tal manera que ahora se había convertido en un barco que navegaba en un mar de jugo gástrico.
En el living ya esperaba su padre, con la biblia bajo el brazo. Mateo 7, 6. 12-14 "Tratad a los demás como queréis que os traten” eran las palabras que tapizaban las paredes desgastadas esta mañana.
Camino a la escuela, el suelo que ayer era de chispas doradas, hoy lo recubrían chocolates de tornasoles pensamientos, árboles violetas, aves de agua, lluvia de algodón, arcoíris de dos colores. Recreo.
Vacía sus bolsillos, hoy no le alcanza para el pastelillo del hombre de aquella canasta, propia de un héroe callejero, de los que tienen capa y espada; de los que merecen ser llamados “Sir”.
Mateo 7:13, 14, Dos puertas, dos caminos, dos destinos. La recibió su papa, esta vez había invadido la espalda del caracol, que la llevaba del living a la habitación. Amén.
1 de Agosto de 1914, Alemania responde con guerra a Rusia -las hostilidades involucraron a 32 países- el árbol del fascismo había acabado de crecer, sus raíces amenazaban con engordar, se anunciaba la muerte, se escondía la vida. Tiembla la tierra, gotas de plomo. Olor a pólvora inundó la cocina, el café se convirtió en una franquicia. La marca de preferencia se etiquetó de rojo y negro. Observó.
El frio se hizo más fuerte que la obscuridad, el silencio fue menos incomodo. La muñeca que aun vestía de negro, ahora yacía junto a Julieta, Justo, papa – con la biblia ahora sobre sus piernas- con su pipa piloteando su mecedora, que estremecía con ese sonido que solo te lleva a pensar en una bisagra oxidada. Mama, extrañaba la cocina; ahora inundada de recuerdos.
Sombras, se delineaban en las anémicas paredes. Sin saber porque le recordaban al dibujo de Justo en su último cumpleaños. La luz del pastel era lo único que iluminaba el living – el caracol también se perdía en la oscuridad- hermoso recuerdo.
La luz se encendió, el caracol camino. Mama sacó un cofre de metal “ábrelo” –susurro- lo agarró con esa ansiedad escondida siempre tras lo inexplorado, ¡un anillo! Su mirada sonrió, la ansiedad se posó en su boca. Respiró.
El vidrio de la ventana había formado una curiosa araña, que le permitió mirar antiestéticos cascos verdes, que se iban apoderando de las calles. Se robó los colores primarios y los invirtió en burlones sombreros de bufón, que escondieron los escandalosos cascos. Las notas de Chopin persuadieron al caracol y lograron llegar al living.
La biblia cayó, al mismo tiempo que justo al suelo, mama miró la cocina, y noto que esta vez la inundo un olor a sangre. Extrañamente salió de su casa el único casco que no logró transformar en sombrero de bufón. Escuchó.
Caminó, disfrazada de paciencia - con los puños apretados – murmullos, disparos, muerte, silencio, sed, hambre, pensamientos compactos. Despliegue tóxico de imágenes. Tomó la biblia, Luc. 13:23, 24, "Y alguien le dijo: Señor, ¿son pocos los que se salvan? Y él les dijo: Esforzaos a entrar por la puerta angosta; porque os digo que muchos procurarán entrar, y no podrán"
La muñeca, ahora sospechosa; era la única vestida para la ocasión. Acarició.
En su vestido se habían estampado unas cuantas arrugas, la cinta blanca tomó el color y el olor que toman las cosas viejas, cuando se llenan de recuerdos, sus cabellos se conservaban dorados, mestizos, sencillos. Los zapatos cambiaron de posición, ahora habitaban en sus pies.
La oscuridad opacó el frío. Transitó por las grandes avenidas de gente. Miradas perdidas, abrazos rotos, baños de gas, huesos fragmentados. El olor de la piel en descomposición se impregno en la cocina (vacía ahora).
Levantó la mirada, al mismo tiempo que los bufones su brazo derecho, manos empinadas y un mismo saludo, llegó el Zanquero; sobresalía por la mancha negra en su labio superior, como las huellas que deja la leche. Imaginó.
Abrió la biblia, Mateo 7:12 "Por lo tanto, todas las cosas que quieren que los hombres les hagan, también ustedes de igual manera tienen que hacérselas a ellos; esto, de hecho, es lo que significan la Ley y los Profetas". Observaba como el único que aún conservaba el antiéstico casco verde, se camuflaba entre la multitud, que gritaban mientras el zanquero reía.
1918, la fatiga era visible, las fuerzas decaían. Sintió.
El agua golpeó en sus pies, notó que seguía en la playa, el cielo se había coloreado de blanco y negro, las nubes había tomado la textura del algodón y el color del melocotón. Extraña combinación.
Miró sus manos, arrugadas; como si cada recuerdo se hubiera dibujado en ellas. Había llegado su momento, ello lo sabía. Escribió: Julieta - en la arena-.
Abrió los ojos. Despertó.
Karen Ramírez
@ladyblueglu
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