Cierro los ojos y te veo de espaldas, tranquilo y pensativo, mirando al mar, en un lugar donde el aire es viejo, donde comenzó la historia, donde el silencio es desolador. Me acerco despacito; recargo mi mejilla sobre tu espalda, me aprieto a ti. Siento latir fuerte tu corazón; tus manos buscan las mías y se estrechan con calidez. Suspiras. “No te muevas”, te digo, “quédate así”. El cielo se ve nublado y el mar está picado, esperando una tormenta. Echas para atrás la cabeza hasta que roza la mía. Siento tus dedos entre los míos. Comienza una ligera llovizna. “Quiero quedarme así”, te digo bajito, “sólo un ratito”. Nos quedamos quietos. Es sólo un momento, pero parecen años. Abro los ojos y sonrío. Ese recuerdo, creado en mi memoria, aunque falso, me hace feliz. Tal vez nunca te haya dado ese abrazo; sin embargo, es lindo saber que sí.
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