Dieciocho días después de que las fuerzas aliadas, al mando del General Dwight D. Eisenhower, tomaran sistemáticamente distintos puntos del Magreb, Casablanca incluida, el New York Theather se vistió de gala el 26 de Noviembre de 1942 para acoger a una de las películas más representativas del cine clásico estadounidense. Casablanca aprovechó el momento histórico de su creación para proyectarse en el imaginario estadounidense. Pero a la vuelta de los años, se ha convertido en una de las películas más memorables de todos los tiempos.
Ambientada en esta pequeña y popular ciudad marroquí, Casablanca cuenta la historia del triángulo amoroso entre Rick, Ilsa y Victor. Enmarcados por el drama de la segunda guerra mundial, por el doloroso peregrinar de los desplazados, los perseguidos, los refugiados, por la tensión entre los principios y la supervivencia, nuestros personajes nos llevan a través de una trama que trasciende culturas, circunstancias históricas y nuestras propias convicciones.
¿Quién no ha estado en esa situación? Rick es un hombre maduro, de ideas claras y principios firmes, que se enamora perdidamente de Ilsa mientras ambos se encuentran en París. Enamorarnos es permitirnos ser vulnerables, es una apuesta al todo o nada. Mientras las tropas alemanas ocupan la capital francesa, Rick permanece bajo la lluvia, en la estación de trenes, con nada más que una nota en la que ella le dice ‘perdóname: no puedo ir contigo’. Rick lo ha perdido todo, y lo encontramos en Casablanca, desesperanzado, desencantado de la vida, administrando un café al estilo americano.
Victor es el héroe que el mundo está esperando. Deslumbró a la pequeña Ilsa con sus ideas y su fortaleza, y se casó con ella, más que por amor, por la convicción de que puede protegerla. Mientras él está recluido en los horrores de los campos de concentración nazis, Ilsa descubre el amor en Rick. Más tarde, su marido está libre y la necesita, y la víspera de su huída con Rick ella vuelve a él. Una mujer puede dar la espalda a todo, menos a quien la necesita.
El cataclismo de sensibilidades ocurre en Casablanca, donde los tres personajes se reúnen a la vuelta de los años. A Rick le falta información: es el eterno ‘por qué ’ que ha llenado las noches de todos, de cualquiera, en algún momento. A Victor le sobra comprensión: sabe que la parte de Ilsa que le pertenece no se acerca ni remotamente al amor. Ilsa está en la encrucijada: decidir es renunciar. Renunciar a qué, pero sobre todo, renunciar por qué. ¿El amor de tu vida o el hombre de tu vida?
El verdadero drama no está en el contexto de la situación. No importa que sea la segunda guerra mundial, la crisis latinoamericana de los 80, la caída de la URSS o el 9/11. Lo que nos da algún indicio de que estamos vivos es nuestra experiencia personal. Nosotros, pequeños y –en palabras de Kundera– a veces insoportablemente leves, nada podemos contra el mundo y su debacle. Por eso, nos es más significativo nuestro drama personal: sea la llamada que nunca llegó, la sonrisa no correspondida o el doloroso adiós que nos auto impusimos en algún momento.
Casablanca trasciende su tiempo por esta razón. Lejos de ser una película más sobre la segunda guerra mundial, es una historia de amor que nos recuerda las nuestras. Lo que nos eriza la piel no es el “Duelo de los Himnos” en el café de Rick; es la mirada de Bogart mientras dice: “Siempre tendremos París”.
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