Era la víspera de su cumpleaños; yo quería regalarle algo especial. Sabía que era difícil de complacer en tantas maneras, inclusive carnal.
Ella, tan coqueta como su naturaleza se lo permitía, seducía con la mirada a los más atractivos de mis amigos y a mí no me importaba. No desconfiaba de su fidelidad hacia mí. Incluso, en una manera machista y peculiar de pensar, sabía también que nadie la cogería como yo.
Llegada la noche de su fiesta, me encargué de las diligencias pertinentes para su sorpresa. Era un regalo muy singular.Entrada la noche pasé por ella. Verla en el umbral de su casa, bajo la tenue luz del bombillo me hizo excitar como un animal.
Su falda corta de cuero negro, tacones de aguja altos la catapultaban al cielo. Mallas de red forraban el contorno de sus piernas. Una blusa roja, con un lazo simulando un regalo, eran la cereza del pastel que esa noche pensaba devorar.
La conduje a un apartamento alquilado, con una oscuridad sepulcral. La suave luz de la luna se colaba fisgona por la ventana nada más. Nos serví un par de trago en la sala de estar, al calor de los besos me puse de pie y con un trozo de seda negra cubrí suavemente sus ojos; la puse de pie al centro del salón y mis labios comenzaron a redefinir su silueta de mujer. Suavemente estampé su piel con mis besos.
En total oscuridad, ciega de pasión, mis manos comenzaron a recorrer sus senos desdibujando en ellos lo que una vez fuese su blusa. Leían mis dedos el braile escrito en la areola y saboreaba mi lengua el dulce destilar de sus pezones. Lo que en un momento fuesen dos manos, súbitamente se convirtieron en cuatro. El objetivo del intruso fueron sus nalgas.
Las tallaba con sus dedos. Eran suaves, firmes, perfectamente redondeadas. Imponente final para la orgullosa espalda. Diez dedos más asaltaron sus piernas. Del talón hasta su sexo de ida y vuelta, como espíritus ambulantes, chocarreros de placer. El nerviosismo que causaron tantas manos sobre su cuerpo le hacían temblar en una mezcla de suspenso, osadía y de lujuria.
Desfallecía al tacto de aquellos invitados. Las falanges de sus dedos trazaban rastros incendiarios sobre la tierna y blanca tez. Cuando ya no pudo más, quitándose la venda, dio media vuelta y entre la oscuridad, un rayo de luz le mostró los integrantes de aquel grupo.
Dos de mis amigos, víctimas de su coquetería, se aliaron a mi fantasía y confabulándose conmigo morían por tocarle. Embriagada de alcohol y de lujuria, colocándose la venda, terminó cada cual de desvestirle en medio de aquel lugar; Una boca asaltó sus senos, otra más tomó posesión de sus nalgas y yo me encargué de ultrajar su sexo… Ríos de saliva bañando su cuerpo desbocando cada uno en el mar de su piel.
Súbitamente la cargamos hasta abrirnos paso hasta la mesa. Posicionándola perfectamente para el tiro de gracia.
La primera envestida le encorvó la espalda y un grito desgarrador emanó de entre sus labios. Blanca estela de saliva acompaño dicho acto; Fueron quince minutos de sexo duro mientras lo dedos clavados le inmovilizaban el culo. Luego de la primer corrida…silencio total.
Apenas recuperaba ella el aliento cuando, girándola sobre su cuero, abierta de piernas, una nueva clavija atravesaba su portal. Las piernas como bisagra, sostenidas por los tobillos a lo alto de su cuerpo como señalando el camino al cielo con los dedos de sus pies. Imbatible en la batalla, acabó con el contrincante quien vaciando genitales le volvió una alberca llena el perfecto ombligo en su vientre.
Dos de tres ya habían pasado. El último la tomó agotada y, como si fuera una muñeca de trapo, la tomó de su cabello y la guió hasta su pene. Atragantada con la carne firme de ese sexo, a oscuras tan delicioso, a oscuras desconocido, no dio tregua al mismo y se dispuso a la faena.
Vuelta de costado sintió le penetraba, y un viento frió le erizó la espina dorsal. Le tocaba todo el cuerpo, le gruñía en el oído y tiraba de sus carnes como un ente poseído; Ella, teñida del esperma extraño de 3 sexos, se bañaba la entrepierna con otra mezcla de sudor…No aguantando más el paroxismo y las ganas de besar a quien tan magníficamente la penetraba hasta el gozo, se despojó de un tirón la venda.
Sus ojos cansados, plenamente abiertos y brillantes se llevaron la sorpresa más inesperada de todas, Allí, en la penumbra, justo en la mesa enmedio del salón, ella, yo y la brisa suave que caracteriza la soledad.
-¿Has sido siempre tú?- me preguntó. Y yo le dije -Hace ya bastante rato que nos han dejado solos. No permitiría compartirte con otro hombre.
in embargo, cada mano que te tocaba y cada boca que te besó, me he permitido dártelas como regalo de cumpleaños, y fantasía para mis amigos.
Pero, si tres veces temblaste…si tres veces te corriste…esas tres veces te he complacido yo.
F,
ResponderEliminarCada vez mas sublime, cada vez mas escritor.
Te quiero mucho, Cretino.
Eve.
Woo..No puedo describir la reacción...
ResponderEliminarPerfecto relato.