La primera vez que vi sus ojos me reconocí en ellos encontrando la bienvenida.
Él parecía contestar, llevo mucho tiempo esperando por ti.
Y me miró, como si toda mi voz tuviera sentido en el recuerdo de todos sus ecos.
Sin llorar, con el puro sonreír; y desde ese momento supe que me había enamorado.
Nuestros ojos platicaron ese breve instante que nos vistió de eternos;
porque aunque corto el tiempo, su mirada se quedó clavada en todo mi rostro.
Y toqué sus manos cálidas buscando una respuesta.
Las tenía todas; las dejó en mis labios;
lo supe cuando mi corazón se despidió del pasado y se llevó sus heridas abiertas.
Todo estaba de mi parte perdonado.
Estoy narrando el alba de un sol que amaneció de medio día.
Nunca vi unos ojos tan sabios a tan corta edad.
Sobre todo con la comodidad de saberse esperado,
y llegar instalado en ya se habían tardado.
Una sonrisa radiante que iluminaba la sala.
No había ojos que no voltearan, hacia el niño de los grandes ojos abiertos.
No conocí abrazo más fuerte, que el que ya traía su propia fortaleza en el vientre
No conocí más duda, porque todas murieron en el momento que él apretó mis manos.
A veces las grandes lecciones vienen de almas pequeñas con enormes corazones.
Y también en ellas viene tu fuerza, tu lucha y tu propia redención.
Que más da con cuantos pies camine el mundo, si el mundo no carga tu peso.
Si el peso de tus alegrías y tus lágrimas, solo lo conoce tu propio corazón.
Silvia Carbonell L.
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