Él tenía unos ojos de abismo en los que ella caía. Ella era el abismo
en el que él caía todos los días.
Ella sabía que él era un vicio que tenía prohibido. Él la tomaba por
sentir que sin ella nada tenía sentido.
Un día al final del verano, ella lo vio partir. No era la primera vez
que se iba, pero era la última que lo vería ir.
Su espalda ya cortaba la línea del horizonte. Sabía que no quería
partir, con todo su corazón de hombre.
Aferrada al picaporte, ella lo miraba alejarse. Más que irse con él,
quería que él se quedase.
No volvieron a mirarse. No hubo más caídas ni recuerdos de caídas.
Ella lo dejó marcharse y él no intentó regresarse.
La suma de dos abismos no hacen uno sólo más grande. Cuando es amor
imposible, es el mismo abismo de dos, sin una razón que mande.
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