Despertar es morir
Todas las mañanas siente
tan lejano el reflejo frente al espejo como cercano el dolor por respirar el
mismo aire del reflejado.
Siente que se va
desprendiendo, de aquello que en el alma lleva impregnado, la esencia de su
ser, su realidad, su rostro.
Su rostro es una máscara
más, extraña, cuarteada por las lágrimas. Rota en mil recuerdos, en cientos de
besos no dados.
Y así empieza su viaje, la
carga de vivir a diario, de ir dejando parte de sí, en cada huella, en la
retina de quienes transitan a su lado.
Nadie le avisó que él era
su carga más pesada, su fantasma más aterrador, que conocerse iba a ser el
camino más doloroso y largo.
Siempre lucía cansado y
viejo, por dentro llevaba el presente, por fuera vestía el pasado.
— ¿Por qué seguir viviendo
si hace tanto que he muerto?
—Porque no tienes valor ni para mirarte en el espejo.
— ¡Calla!
—El único que habla aquí eres tú.
—Porque no tienes valor ni para mirarte en el espejo.
— ¡Calla!
—El único que habla aquí eres tú.
Pensar, no es hablar; como
estar muerto, no es estar en silencio. Pero, quién soy yo para contradecirme,
sino solo el pellejo de lo que de mí queda.
Mi vida es como la manzana
ya mordida, como arenas movedizas que te tragan hasta el cuello y no te dejan
ir más allá.
Soy un mundo en ruinas,
soy mi día gris. Por mí solo caminan mis fantasmas y yo.
— ¿Y tú dónde estás?
—No estuve nunca.
—No estuve nunca.
Soy el lugar que camina, y
soy mi propia sombra. Conmigo muere todo vestigio, los demás lugares que
caminan conmigo.
Y me hago paisaje;
cuchillas en la boca. Y corre la sangre; la vida bajo la horca.
Y guardo las ganas de
morir en los recuerdos de los que lloran.
Ronald Dávila & Julio Muñoz
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