Llegas a casa.
Cierras la puerta.
En soledad, cae la máscara.
Y te miras al espejo
en todo el esplendor de tu miseria.
Y a nadie le interesa.
Es tu soledad.
Tu patética existencia.
La certeza de que esa sonrisa
es prestada, es por mientras.
Mientras alguien se da cuenta
de tu farsa, de tu máscara y tu mueca.
De esa falsa sonrisa que alimentas.
Pero a nadie le interesa,
así que sigue sonriendo,
certera y dolorosa,
siempre falsa, siempre hermética.
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