Una lágrima resbala por tu nariz. Se hace charco sobre la almohada, junto con otras tantas. Una vuelta más la cama. El segundero del viejo reloj le marca el compás a tu corazón desobediente que late a su antojo, despacito. No se detiene, aunque casi no lo escuchas. Otro suspiro: sale el aire y dentro no queda más que ese hueco oscuro en el que no está. Pero estuvo. Y ya no hay nada. Más lágrimas. Los gatos le llevan serenata a la Luna. Las luces en el cielo del norte podrían ser estrellas. Pero sólo son recuerdos de estrellas. De algo que alguna vez estuvo, pero ya no está. Otra vuelta a la cama; la almohada empapada. Si tan sólo hubiera algo ahí donde ya no hay nada, tal vez podrías dormir. El dolor en medio del pecho te parte. Nada como esperar el amanecer llorándole a la almohada.
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