Miro el reloj desde el sillón, ya pasa de la media noche.
Es casi otoño, pero el verano hoy decidió hacerse notar.
El calor y tu recuerdo se pegan a mi piel.
Tu ausencia no es excusa cuando tengo tu recuerdo tan presente.
No sé en que momento elijo la noche para pensarte; pero el día no me basta al recordar que la luna fue nuestro único testigo de promesas incumplidas y de un amor eterno que tuvo su fin en un infinito.
El día no conoce que en una noche húmeda como esta, tocamos las estrellas.
Fueron míos tus silencios y tus murmullos, fue mía la profundidad de tu mirada.
No necesitábamos del aire para respirar cuando compartíamos la respiración bajo las sábanas.
Nos acariciábamos con tanta delicadeza que nunca creímos posible poder destruir el amor que tanto nos teníamos.
Nos apretamos tanto el cuerpo que por un segundo se nos olvidó la fragilidad del corazón hasta que lo rompimos.
Y los sentimientos se juntaron y mezclaron sin poder separarlos otra vez. “Lo mío es tuyo y lo tuyo es mío” pero nunca contamos con que ambos teníamos sentimientos distintos.
El insomnio fue cómplice de las breves noches que pasamos enredados, atados de pies y labios.
Discernir tu piel de la mía era difícil, nos confundimos en cuerpo y alma.
Con ayuda del alba distinguí tus intenciones, tan diferentes a las mías.
Pero tapé mis ojos un momento, quise unir nuestros pedazos.
Creyendo que las cosas se ven mejor con los ojos cerrados.
Tal vez por eso estábamos tan temerosos de abrirlos mientras nos amábamos.
Amantes de la oscuridad, de aquello que no se ve, pero nos encantaba sentir, enemigos de la luz, creábamos nuestra noche incluso durante el día haciendo presente a nuestras más oscuras pasiones.
Solo tú has sabido inquietarme hasta los días.
Tú, el dueño de este insomnio que me tiene añorando el sabor de la fugacidad de nuestro tiempo.
Te metiste sin piedad en mi memoria.
Se nos acababan los días y tus ojos me lo decían.
Esa oscuridad que tanto nos gustaba se empezaba a apoderar de tu mirada.
De la forma más masoquista yo le amaba, por que se parecía a la noche que todo el tiempo nos cobijaba.
Se apoderó de nosotros, nos convirtió en extraños.
Y por mas que me aferré a ti, te escapabas de mis manos como arena seca en un desierto.
Nuestras noches pasaron a ser insomnios, nuestras caricias recuerdos y el amor un olvido.
No importa cuanto nos alejemos, la noche siempre nos va a cubrir y la luna nos seguirá acompañando en la locura del deseo.
Ese deseo que me encanta convertirlo en insomnio para aprovechar tu recuerdo para tocar todo mi cuerpo.
Y encontrar esa satisfacción placebo que, aunque no es suficiente, me permite descansar ahogando tu memoria en mi almohada.
Que mañana llegue otoño, que se lleve mi ardor de ti, por que este insomnio solo es un motivo.
Que seque tu recuerdo para que se lo lleve el viento.
Excusas me sobran para no olvidarte y horas me faltan para pensarte.
Este insomnio más que ausencia de sueño, son las ganas de soñarte despierto en el frío y la oscuridad, que se parecen tanto a ti y a el amor que aún arde en mi espalda.
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