Algunas de mis noches tristes,
lloran historias de agua.
Como si fueran lágrimas calladas,
apenas y se quejan en estos espejos,
los llantos de esta lluvia desconsolada.
Y lloró toda la noche
hasta que se agotaron sus nubes.
No vi llanto más silencioso,
que el que despertaban sus nubes.
Daba pena respirar
su triste herida tan profunda,
en lo más obscuro de la noche
mientras se quedaba desnuda.
Y así lloró toda la noche.
Como alma perdida sin consuelo,
como si necesitara muchos abrazos.
sus lágrimas se aferraban al suelo.
Mis lágrimas eran muy pocas
comparadas con su llanto,
apenas una pequeña pecera
en medio de tanto océano.
Aunque cerrara los ojos,
tenía despierta el alma.
Imposible ignorar la pena de un llanto
que iba narrando de a poco,
cada una de sus lágrimas.
Y la abrazó la mañana
porque el sol se había marchado;
no soportó tanta tristeza
de un cielo que se había quebrado.
Abandonó a cada nube
que permanecía llorando,
narrando en historias de agua
mil penas que había callado.
Las que lloraron fueron las nubes,
de un cielo triste profundo,
mientras abrazaba sus penas,
Guadalajara callada.
La musa más hermosa a la que he escrito,
aún no termina de llorar,
porque tanta pena tan honda
tarda mucho en depurar.
Musa de agua como los llantos,
musa líquida que calla
mientras se va derramando,
en los brazos abiertos
de la tierra mojada de Guadalajara.
Silvia Carbonell L.
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