martes, 9 de octubre de 2012

Lapsus


Infinidad de veces presentí que algo pasaría. Todas las noches, en el umbral del sueño, aquella sensación de inseguridad emanaba de mis adentros envolviéndome cual boa constrictor, dejándome al borde del pánico. La brutalidad de su cuerpo, su andar tosco y aquella mirada amenazante que parecía estar urdiendo algún horrible plan, revolvían mis emociones y todo mi ser deseaba echar a correr hacia un destino escondido en el universo, donde no tuviera que cruzarme con sus espantosas miradas deseosas de yo no sé que cosas.

Él se había mudado al apartamento contiguo al mío. La primera ocasión en que lo encontré bajando las escaleras, solo provocó una leve sensación de miedo, el cual atribuí a mi irremediable carácter desconfiado. En aquel momento no conferí mayor importancia a su presencia. Fue una mañana de invierno cuando mi psicosis se disparó al encontrarle en el pasillo; el lúgubre color gris de las nubes repletas de nieve enmarco sus ojos de demonio, me desnudaba observándome, entonces una oleada de adrenalina me hizo bajar las escaleras a paso veloz hasta llegar a mi auto y encerrarme en el, con la respiración entrecortada, el sudor frio y un corazón palpitante que se deshacía, encendí como pude el motor y aceleré sin pensar, afortunadamente los tres semáforos que me separaban de la oficina se dibujaron en verde, parecía que me ayudaban a escapar de él.

A partir de ese horrendo acontecimiento siempre esperaba media hora o mas para salir después de él. Aquella rutina estaba socavando mi integridad física y emocional. Entonces decidí consultar a mi gran amigo de la infancia que para mi fortuna, había decidido estudiar psiquiatría. Después del necesario lavado de cerebro, entendí que no debía temer ni prestar mas atención al sujeto por lo que una noche, en una aparente confianza que me esforzaba por sostener, salí a la panadería de la esquina. Al salir del cálido establecimiento con la pequeña bolsa que contenía mi frugal cena, advertí unos pasos detrás de mí. Mi artificial confianza se desmoronó como polvorón de azúcar y apure el paso casi al punto de correr como desesperada. Llegue a casa, vi la puerta de su apartamento abierta y con las manos temblorosas y torpes abrí la puerta del mío, la cual cerré con todos los cerrojos olvidando la bolsa de pan en el piso. Las luces de la calle se infiltraban a través de la persiana en mi oscura sala, trazando en la pared una seria de franjas amarillentas, la única fuente de luz del momento fue perturbada por una sombra veloz. El pánico se apodero de mi, me sentí paralizada, el aire se me escapaba, iba a desmayarme y entonces una voz surgió en mi cabeza recitando un repetitiva frase en un idioma extraño. De repente, una fuerza incontenible de rabia y violencia me invadió de pronto, algo inusitado en mi había despertado. Salí decidida con la colt 45 en mano a deshacer de una vez por todas el terror que él me producía. Entré estrepitosamente a aquel apartamento, él estaba ahí, impasible frente al televisor, apenas volteo a verme cuando dirigí el cañón a su sien y en un disparo certero el rojo de sus fluidos emano a manera de granizo por todo el espacio. El estruendo de la explosión llenaba mi cuerpo produciéndome un enorme placer, entonces, me desvanecí. Al amanecer desperté en casa a la hora acostumbrada, totalmente desorientada asome la vista hacia el pasillo; de repente él salió, intacto, con su brutal andar y aquella mirada, la cual, ya no era amenazante.


Nilza Vargas
@Plavalagunazul

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