"En el paraíso los hombres
comen hombres." Anónimo.
Cuándo la gente se olvidó de
hablar, cuando no hubo más caricias secretas, más veladas con amigos, cuando no
hubo más abrazos ni lágrimas genuinas, cuando la gente se olvidó de alzar la
mirada, de buscar ojos simpatizantes, cuando no quedó nada más que un rostro en
una pantalla y la ilusión de conectar.
Los artistas, los idealistas, los
amantes, los conversadores, las mujeres desesperadas, los hombres solitarios
divagaron por el mundo, sin lugar a donde ir, sin alguien con quien compartir
su frustración. Subieron escalón por escalón los 480 pisos de los edificios
grises que parecían empujarse unos a otros. Todos idénticos, todos gigantescos
titanes de la era moderna, todos amontonados, todos tratando de robarle el aire
al de al lado. Llegaron pues los románticos a las azoteas y contemplaron el
mundo. Desde ahí observaron a la gente. La vieron caminando por la calle sin
levantar la mirada, agobiados por problemas estúpidos, enfrascados en un
universo digital e inalámbrico. Chocaban unos con otros y nadie pedía
disculpas, nadie levantaba la mirada, nadie decía buenos días o buenas
tardes. Desesperados los románticos
gritaron. Gritaron con furia, con rabia. Gritaron hasta que se acabó el aire de
sus pulmones. Nadie los escuchó. Su desesperación se perdió en medio de toda la
contaminación sonora.
Los más afortunados de estos
románticos saltaron. Saltaron y
sintieron el aire en sus rostros, bajaron 480 pisos acelerados a 9.8m/s y al
sentir la fuerza de gravedad actuando sobre sus cuerpos, y el aire moldeando sus
cachetes; sonrieron por que era lo más hermoso que habían sentido en un largo,
largo tiempo. Sus cuerpos, al impactar con el suelo, se convirtieron en
gelatinas amorfas y sanguinolentas en el asfalto. No pasaron ni diez segundos y
la gente comenzó a caminar sobre ellos sin darse cuenta del horror. Los
románticos fatalistas que saltaron, terminaron esparcidos por toda la ciudad
mezclados con la suciedad de las calles o entre los surcos de las suelas de los
zapatos de la gente.
Los menos afortunados, bajaron
cabizbajos los 480 pisos. Llegaron a la planta baja y se reintegraron al caudal
de gente que caminaba sin levantar la mirada. Derrotados por la indiferencia y
la soledad, los románticos regresaron a deambular las calles en busca de otro
humano en un mundo deshumanizado.
Después
de mucho caminar, la mayoría perdió la esperanza y algunos perdieron la razón.
Los pocos que quedaban, al poco tiempo dejaron de pedir disculpas al chocar con
los demás, dejaron de caminar con los ojos ágiles buscando alguna mirada
levantada, dejaron de buscarse y se perdieron en soledades únicas y los sepultó
un mar de entes.
Carlos Ferráez Servín de la Mora
Carlos, debes tener el rostro arruinado.
ResponderEliminarEn efecto, pero ¿por qué lo dices?
ResponderEliminarPorque, después del segundo cuento tuyo que leo, estoy seguro que eres de aquellos que impactaron contra el asfalto.
ResponderEliminarFelicidades
ResponderEliminarMuchas gracias y muchos saludos.
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