Aquella noche me trajo todos tus rostros. El cielo que se curvaba me descubría entre tus cabellos como finísimos hilos de ébanos ondeantes e interminables que se aventuraban sobre los árboles, entre mis manos, por entre las ramas.
Sobre mí eras la nube y sus formas. Distante y tocándome, muda y desnuda. Omnipresente. Con una leve llovizna descendías muy lento y te posabas humedeciendo el tiempo, palabras sin peso que el viento no se lleva, apenas gotas, apenas aliento. Y mis penas se humedecían con tus dedos de agua.
Fuiste el otoño de la nube que desprendió su hojarasca sobre el verdor invadido por tu ensombrecido rostro de noche, palabra precipitada, bosque sobre bosques. Como siempre, como en mi miente, como desde tus ojos hacia adentro.
Y es que tus noches son todos los días y a pleno día las horas y entre tanto este ahora en que me encuentro. Como aquella noche que trajo tus rostros, mi desencuentro.
¡Bravo!
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