Mírate al espejo. Ahí, en el fondo de tus ojos podría ser que, todavía, te encuentres. Pero no te encuentras, ese es el problema. Te callas. Desde hace mucho te callas, o enmascaras las palabras, que es lo mismo. Te miras y te miras y no puedes ni siquiera reconocer en tu reflejo a esa pequeña, pequeñísima parte de mí que eres tú. No te hablas a ti mismo más que a gritos, gritos sordos, como ahogados por la almohada, porque aunque pudieras distinguirlos no te resultan inteligibles. Crees que basta disimular contento, satisfacción, pero en realidad no basta. No te basta y lo sabes. Quieres más de la vida. Quieres al menos poder esperar algo más de la vida. La vida debería ser otra cosa. La vida, te dices, debería al menos dejar que me mire al espejo y dejarme saber, sin lugar a dudas, que ese soy yo.
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