martes, 14 de agosto de 2012

Un suicidio, tu castigo


Siento tu respiración a lo lejos mientras escucho que mis latidos se intensifican por segundo.
La lluvia cae y hace frío. Me siento indefenso en tu oscuridad, y en la garganta llevo el nudo que determinará mi destino.
Cada trago de saliva se hace más difícil y mis ganas de vivir se han vuelto nulas.
Necesito deshacerme de todas estas dudas.

Hay pasos sonando en todas partes. Creo que viene la policía. ¿Es demasiado tarde para decir hasta luego?
Supongo que ya no estaba aquí. Todos sabían que eventualmente me iría, pues es triste saber que no te tenía.

Ahogarme hubiera sido perfecto. El mar es poético y merecedor de mi cuerpo. Por algo te lo dediqué como si fuésemos eternos.
El mar es algo que merece respeto. Para domarlo, tiene que darte permiso. Para moverlo, necesitas la fuerza que de quinientos. Para acabarlo, tienes que empezar desde adentro.
Yo nunca te otorgué el derecho de hacerlo. Como intruso, te colaste por mis huesos, y no te detuviste hasta llegar al fondo de mis pensamientos.
Me tenías amando en silencio.

Ya que me tenías en tus brazos, dejé que hicieras lo que quisieras conmigo. Mi madre dijo que ese fue mi error y mi castigo.

Todo se resume a este momento. No hay marcha atrás ni arrepentimientos.
He desperdiciado mis últimos minutos, leyendo una y otra vez esta historia para niños. Y esta vez, el final llega al principio.
Me voy, sin que hayas venido.
Adiós, amor mío.

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